Capítulo 33

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Pese a las restricciones que quería imponerse para sortear las tentaciones, Ramsés no acabó con las fiestas nocturnas ni permitió que sus amigos regresaran a sus respectivas ciudades. Las fiestas rebosantes de vino, música y alharacas, parecieron subir de nivel conforme pasaban los días, en los que la gente se trasladó de un lado para otro como en un despropósito de estrenar y ensuciar todas las salas del palacio. En las mañanas, comenzaron a verse a diario brigadas completas de sirvientes desesperados por limpiar el reguero de comida, basura y objetos rotos, para después llevar también a cabo sus tareas cotidianas en el mismo periodo de tiempo y sin ningún pago extra.

El faraón y sus amigos despertaban hasta las primeras horas de la tarde, y lo único que hacían era comer, bañarse y arreglarse para la continuación de la juerga en la noche. El Chaty, los ministros y el consejo real se encargaban de organizar, solucionar y despachar el papeleo que el faraón debía revisar, mientras los sacerdotes realizaban en cada templo rituales y ofrendas para los dioses en su nombre.

Afortunadamente, no se habían presentado grandes cambios en el imperio en lo que llevaba del mes, y tampoco había temas políticos importantes por tratar. De manera que, gracias a eso y a la buena gestión de los asistentes reales, la ausencia de Ramsés en el trabajo no fue tan grave. Sin embargo, la ininterrupción de sus desfachatadas vacaciones sí comenzó a causar molestia en los miembros del consejo real, quienes veían tolerable que el faraón se tomara máximo una semana de descanso sin razón especial, pero no concebían que se ausentara de sus obligaciones alargando el desparpajo como Ramsés lo venía haciendo.

«¡Lo que estará pensando Seti de su hijo, desde el más allá!, si pudiera reencarnar volvería a morirse del coraje» decían algunos, cuando se reunían en su salón privado a hablar y, entre otras cosas, a criticar.

«Siempre supe que Ramsés no estaba listo para el trono. Ni la muerte de su padre lo ayudó a sentar cabeza» respondía otro.

«Apuesto a que si el príncipe hebreo hubiese alcanzado la corona, lo habría hecho mejor y no tendríamos ahora a medio personal del palacio limpiando sus desastres» remataba el último.

Este tipo de comentarios no eran novedad en el consejo porque solían presentarse desde el principio de las dinastías en el secretismo de las salas, y ningún faraón se había salvado de las mordaces críticas confidenciales que hacían contra sus gestiones. Algunos creían que no afectaban directamente al rey, pero lo cierto era que, así como las opiniones del consejo tenían peso sobre el mismo soberano, estas recaían con igual importancia sobre las mentes de sacerdotes, ministros y ciudadanos. Ningún faraón deseaba ganarse la impopularidad y el desprecio del pueblo o sus semejantes, y ya que el consejo real y los sacerdotes tenían influencia sobre eso, siempre procuraban mantener una reputación respetable frente a ellos.

Pero Ramsés era un caso excepcional. Sostenía una especie de odio mutuo pero disimulado con el consejo, desde que su padre lo había introducido a la política. Jamás le habían agradado los miembros de la junta, y poco le importaba lo que esas "momias vivientes" (como los llamaba), hablaran o pensaran sobre él. Una de sus primeras metas como faraón era destituirlos de sus cargos para dar paso a una nueva generación de consejeros; pero ya que no lo había hecho el día de su coronación porque quería mantener a Egipto tal y como lo había dejado su padre, ahora para revocar aquella decisión debía tener paciencia, puesto que su mandato recién comenzaba y era muy factible caer en errores por culpa del afán y la ignorancia.
Ya sabía que el consejo estaba hablando de él por las continuas fiestas, gracias a que había implementado un sistema de espionaje en las salas donde estos se reunían: le había pedido a los arquitectos descortezar fragmentos de las paredes para escuchar todo lo que se decía detrás de ellas. Este sistema le parecía a Ramsés un método tan eficaz para desenterrar secretos que incluso había llegado a implementarlo en el cuarto de Nefertari, aprovechando su ausencia.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now