Capítulo 70

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La princesa Henutmire volvió a Menfis dos días después, aunque pensaba regresar a Pi-Ramsés esa misma tarde porque no quería apartarse mucho tiempo de Moisés. Llegó a la residencia real de Menfis para contarle a Kemet la razón del por qué estaría ausente por varios días o incluso semanas o meses, dependiendo del tiempo que Moisés estuviera en Egipto, pues suponía que su sobrino no estaba enterado del regreso del hebreo, a pesar de que estuvo en el palacio el mismo día y conocía la historia de Moisés porque Henutmire se la había contado desde niño.

Kemet bajó del segundo piso cuando un sirviente le informó que la princesa había llegado. Saludó a su tía y de inmediato notó que esta venía sin Hur y sin equipaje, por lo cual supuso que ella no había vuelto para quedarse. Almorzaron juntos en el jardín, y allí Henutmire le contó a Kemet que Moisés, su hijo adoptivo, estaba de regreso en Egipto. El príncipe le respondió que ya lo sabía, pues Meritamón se lo había contado. La princesa se dio una palmadita en la frente con una sonrisa avergonzada.

Claro, debí suponerlo —dijo—; olvidé por completo que mi sobrina estuvo en la cena de bienvenida. ¡Estoy tan feliz! No puedo creer que después de tantos años mi hijo haya vuelto...

Y se explayó hablando de su reencuentro con Moisés, siempre cuidándose de no tocar nada relativo a Miriam, como lo había hecho toda la vida. En medio de su ansiosa alegría, no percibió el desinterés de su sobrino sino hasta después de varios minutos, cuando su discurso no recibió respuesta alguna.

—¿Te pasa algo, querido? Hoy estás muy silencioso.

Kemet hizo a un lado su plato y la miró. Su expresión tenía señales claras de desvelo.

Quiero hablar contigo de algo importante, tía. Espera aquí, ya vuelvo. —De repente se levantó de la mesa y salió del jardín. Luego regresó con unos papiros en la mano y se los entregó a Henutmire. Uno era su acta de nacimiento, el otro, un registro sobre los hechos ocurridos en el atentado del cumpleaños de Ramsés. La princesa miró ambas hojas y alzó una mirada interrogante hacia Kemet; no comprendía lo que estaba sucediendo. El príncipe había cruzado los brazos y tragaba saliva como si tuviera un hueso atascado en la garganta. Se dio cuenta de que su tía necesitaba una explicación y entonces le dijo:

Ya sé que Iset no es mi verdadera madre. Ella murió mucho antes de que yo naciera. Encontré ambos documentos en el despacho de Paser. Quería saber qué había ocurrido realmente el día en que murió mi supuesta madre, pero descubrí que mis orígenes eran una farsa. —Su voz no vacilaba, pero sonaba extrañamente aguda. Tampoco mencionó lo que le había dicho Amenhotep, porque aún no tenía pruebas de ello y en el fondo esperaba que no fuera cierto.

La princesa pasó un buen rato sin decir nada, con los papiros cruzados en el regazo y la cara sin expresión, pero Kemet sabía que estaba pensando rápida y profundamente. La situación trajo a la mente de Henutmire el vivaz recuerdo de un joven Moisés, exigiendo saber la verdad sobre su origen hebreo. Kemet pensó en lo mismo. Se sentó de nuevo junto a su tía, le quitó los papiros del regazo y la tomó de las manos con dulzura. Al alzar la vista, ambos vieron lágrimas en los ojos del otro.

Parece que estás repitiendo conmigo la historia de Moisés —dijo el príncipe—. Crecí escuchándote hablar de él, de cómo lo encontraste, de cuánto lo amabas, y cuánto sufriste cuando descubrió la verdad... de cómo él se enfadó porque le mentiste. —Apretó las manos de Henutmire contra su pecho—. Por favor, tía. No hagas conmigo lo mismo que hiciste con él. No me mientas. Dime la verdad. Necesito saberla.

La princesa se sintió terriblemente conmovida por las palabras de su sobrino, y aunque luchó por mantener una expresión serena, liberó un sollozo involuntario que acalló apretando los labios. Ramsés le había prohibido hablarle a Kemet de Miriam, y ella obedecía porque consideraba que era lo mejor para el muchacho. ¿Qué hijo no se avergonzaría de una madre que había causado tanto daño? Kemet merecía tener en su memoria la imagen de una progenitora admirable y no de una traidora. Aunque Miriam estaba realmente muerta para la princesa, eso no bastaba para borrar sus deshonrosas huellas: la hebrea merecía ser olvidada para siempre; su recuerdo no debía volver a turbar a nadie de la familia real, mucho menos a Kemet.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now