Capítulo 22

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Moviéndose despacio, como si el corazón se le fuera a terminar de romper, la princesa Henutmire se retocó el maquillaje

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Moviéndose despacio, como si el corazón se le fuera a terminar de romper, la princesa Henutmire se retocó el maquillaje. Miró su tristeza reflejada en el espejo de mano mientras Yunet le peinaba la peluca y ambas escuchaban de fondo las palabras de la reina Tuya, hablando de los posibles destinos que le esperarían al general de no encontrar las pruebas suficientes para demostrar su inocencia.

Después de cubrir los vestigios del llanto en el rostro de la princesa, las tres regresaron a la sala del trono, procurando no levantar ninguna sospecha de que algo extraño había ocurrido. Nefertari aún no había llegado, y Ramsés comía impaciente semillas y frutos secos para no tener que calmar su ansiedad con el vino. Al cabo de unos segundos las puertas se abrieron y la novia entró cargada por los guardias en un trono. Entonces la música se detuvo. Los asistentes abrieron paso hasta el altar, y cuando Ramsés recibió a Nefertari, Paser procedió a dar el largo discurso para formalizar la ceremonia y sellar la unión.

Todos parecían hechizados contemplando la escena. Invitados, siervos, músicos y sacerdotes permanecían con la mirada fija en la pareja, respirando y parpadeando únicamente.

Miriam se había hecho a un hueco en la segunda fila gracias a Karoma y al grupo de damas que la acompañaba. En un instante fantaseó con verse vestida de novia, declarando el "sí acepto" frente a Hur. Sin embargo, en otra parte de la sala, su prometido no pensaba especialmente en ella; pues, los disimulados gestos de tristeza que hacía la princesa Henutmire, habían absorbido por completo su atención.

Yunet subió a la tarima a dar un pequeño discurso, y Hur aprovechó para acercarse a la princesa cuando esta se quedó sola. Le preguntó si estaba bien pero no obtuvo respuesta. Henutmire agachó la cabeza escondiendo el rostro de perfil en los mechones de la peluca, y asintió en silencio. Para Hur fue un signo de que definitivamente no estaba bien, entonces en voz tenue pero clara le dijo:

Discúlpeme princesa, pero sé que no está bien, puedo notarlo. —Ella tampoco respondió a eso, así que el joyero prosiguió—: la veo demasiado triste... Usted sabe que puede contar conmigo siempre, si necesita alguien con quien hablar, o incluso si sólo necesita una palabra o sentir un apoyo, sabe que cuenta incondicionalmente conmigo.

A Henutmire se le volvieron a inundar los ojos. Respiró hondo a fin de contener las lágrimas, pero le fue imposible. Se secó rápidamente la cara con los dedos y alzó la mirada hacia Hur con una profunda tristeza. Le pidió al joyero en tono prudente que la acompañara fuera de la sala para no llamar la atención, y después de echar un vistazo a su alrededor, ambos transitaron sigilosamente por en medio de los invitados hasta la salida.

Anduvieron silenciosos por el largo pasillo, y se detuvieron en uno de los balcones de la segunda planta. Hur le dio espacio a la princesa para que respirara y liberara un poco esas lágrimas de sufrimiento que tenía atoradas. Henutmire le dio rienda suelta a su llanto; se apoyó de espaldas sobre la baranda y se cubrió el rostro con ambas manos, tratando de ahogar los sollozos.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now