Capítulo 27

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Esa noche al volver a su casa, Miriam decidió no contarle a su familia la conversación que tuvo con Ramsés sino hasta el otro día, pues necesitaba un poco más de tiempo para pensar en cómo explicarles que estaba metida en tantos problemas.

Al día siguiente, como todas las mañanas, Jocabed se levantó primero que su esposo para organizar la casa, pero encontró todo limpio y hecho: Miriam se había encargado de todos los quehaceres aprovechando las horas insomnes de la madrugada, y a pesar de que ya todo estaba pulcro, seguía barriendo sin descanso para ver si así se le pasaba un poco la ansiedad.

Hija... —llamó Jocabed y Miriam se dio la vuelta sobresaltada—. ¿Qué haces?, ¿no deberías estar preparándote para ir al trabajo?

Miriam siguió barriendo, evitándole la mirada a su madre.

Aún tengo suficiente tiempo, no te preocupes —respondió.

A Jocabed le preocupó un poco la forma en que su hija se movía de un lado a otro, inquieta, tratando de ocuparse de algo más. La notó desvelada y se acercó a ella para hablar sin despertar a Amram, pero se asustó cuando le vio la venda de la curación en el brazo derecho.

¿Qué es esto? —preguntó Jocabed angustiada, tocando el vendaje—; no vi que tuvieras esto anoche, ¿con qué te lastimaste?

Miriam suspiró y dejó la escoba a un lado. Iba a pedirle a su madre que esperara un poco a que su padre se despertara también, pero él salió de la habitación en ese mismo instante, y después de saludarlas preguntó lo mismo. Miriam sabía que si daba la noticia antes del desayuno les arruinaría el apetito, así que primero sirvió la comida, y sus padres trataron de comer en breve para recibir pronto una explicación. Aarón llegó a la casa cuando estaban por terminar, y Miriam esperó a que él también comiera para contar lo sucedido. En los minutos de silencio, afinó en su mente los detalles y el tono con el que iba a hablar después, aunque ya sus padres esperaban una mala noticia por la atmósfera de suspenso que se formó.

Miriam estaba segura de que obtendría una reprimenda por parte de todos. Entendía que se había sobrepasado la noche anterior, y se arrepentía de haber tomado una decisión tan precipitada e influenciada por la desesperación como para aceptar trabajar en el palacio; y no como una simple esclava sino como una "espía". Se había puesto a sí misma en las manos del faraón y no sabía hasta qué punto esto jugaría a su favor, o si realmente jugaría a su favor.

Al cabo de varios minutos, cuando el desayuno acabó, los presentes en la mesa la miraron atentos, y Miriam nuevamente respiró profundo para comenzar a hablar. La noticia casi les causó una indigestión a todos; en especial a Amram, quien era el que más velaba por mantener las cosas en orden. No lograba entender cómo Miriam fue tan insensata al meterse en tantos problemas y por supuesto que la reprendió duramente por sus actos; nunca en la vida se le había visto tan enojado como en ese momento, y no sólo a él, pues Aarón también sintió la rabia y el rencor avivados. Lo único en lo que pensaba era en matar con sus propias manos a Apuki, pero también tenía rabia con Miriam por haber corrido a refugiarse en el palacio en lugar de volver a casa. Ahora el problema no sólo abarcaba a la familia y a Apuki, sino también al mismo faraón.

Miriam explicó que su única intención era recuperar la comida robada, pero admitió que la forma en la que lo hizo fue muy estúpida, y por eso escuchó arrepentida todos los regaños de sus padres, sin intentar excusarse de nada. Cuando a Amram se le terminaron las amonestaciones, volvió a sentarse rendido y resignado, más que eso: decepcionado. Tanto había batallado para que hubiera un mínimo de paz para los esclavos y daba ejemplo a los demás trabajadores de no enfrentarse a los egipcios, como para que ahora sus propios hijos lo dejaran en vergüenza haciendo todo lo contrario. Estaba francamente preocupado por lo que se les vendría encima; peor ahora que Ramsés estaba enterado. Apuki no sólo tenía todo el derecho de defenderse en un juicio legal, alegando que Miriam había entrado a la fuerza a su casa, sino que también podría obtener el favoritismo del rey por el simple hecho de ser egipcio. No era normal que alguien, y mucho menos el faraón, abogara por los esclavos.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now