Capítulo 35

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Esa noche, Ramsés acompañó a Miriam hasta la puerta del cuarto; ambos envueltos en un silencio que tenía algo de complicidad y afecto.

Miriam todavía se sentía un poco aturdida por el leve dolor de cabeza que le provocó el llanto, y la forma tan dulce con la que Ramsés había reaccionado para consolarla. Quería conocer el significado de la promesa que él le había hecho, pero ni aún cuando lo vio pronto a retirarse se animó a articular la pregunta. Ramsés, en cambio, adivinó la martilleante duda en su expresión silente y se quedó un poco más.

—Qué quieres saber —le preguntó a Miriam, quien, temiendo perder el impulso, no sobrepensó mucho la interrogante.

Quiero saber a qué se refería... —respondió, mirándolo a los ojos—, cuando dijo que me demostraría que no había nada de qué temer.

Sin modificar por un segundo su imperturbabilidad, él respondió:

—Es evidente que le tienes miedo a este lugar, a nuestros dioses... Y un poco a mí.

Entre ambos, se produjo un prorrogado silencio que confirmó el comentario del rey.

—Dije que no te juzgaría y no lo haré —volvió a decir Ramsés—. Todos los hebreos llegan aquí con el mismo prejuicio, pero cambian su mentalidad cuando descubren por su propia voluntad la gracia de los dioses.

«¿Era eso a lo que se refería?» pensó Miriam. Había sentido aquella promesa tan íntima que por un momento, estando como estaban sus manos, apresadas en las palmas de Ramsés, había llegado a percibir con temor la carga de una confesión amorosa en sus palabras. Desde la noche en que él había vuelto a quedarse a su lado en la terraza, le fue ostensible que Ramsés estaba buscando algo de ella, y las actitudes que venía demostrándole no hacían más que confirmarlo. Infirió que tal vez la promesa ni si quiera fue una promesa en sí, sino una metáfora; una manera de insinuar que ella llegaría al mismo estado de aceptación y conformismo que el resto de hebreos que ahora trabajaban en el palacio. Por un instante la invadió un sentimiento parecido a la decepción pero luego se sintió aliviada, pues era preferible que su perspectiva sobre la postura de Ramsés fuese errónea, a haber recibido otra razón para reafirmar la existencia de un interés por parte del faraón. Aún no discurría las motivaciones que lo movían a brindarle apoyo con los temas culturales y religiosos, pero le tranquilizaba creer que estaban restrictas a una simple amistad.

—¿Qué es lo que quiere hacer? —inquirió ella, esperando que Ramsés le revelara los métodos con que pretendía quitarle el miedo.

—Los temores no desaparecen de un día para otro, es mejor ir despacio. De todas formas no hay prisa.

No era la respuesta más confortable pero sí la más apropiada. Ramsés, que con anterioridad le había hecho a Miriam un análisis remoto pero solícito, sabía que ella era una persona con tendencia a rehuir y refugiarse de todo lo que pudiera intimidarla; la evidencia de ello era que, aún después de varios meses en el palacio, seguía estando al margen de la religión y las normas del harem. De manera que si él hablaba de sus planes, era posible que ella comenzara a huirle también, y no era eso lo que buscaba.

—Ven a cenar conmigo mañana en la noche —le propuso a Miriam—. Te esperaré a las ocho en mis aposentos y cenaremos allí. Gahiji preparará algo especial.

Miriam ladeó la cabeza en actitud de preguntar, pero de nuevo se reprimió. Agitó la cabeza afirmativamente porque no encontró otra forma de responder, y se despidió de él, haciéndole una reverencia.

 Agitó la cabeza afirmativamente porque no encontró otra forma de responder, y  se despidió de él, haciéndole una reverencia

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Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now