Capítulo 72

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Los siguientes tres días en Egipto estuvieron presididos por la misma sensación de temor y pesadumbre que suele suceder a cualquier desastre natural. El Nilo jadeaba, cada vez más moribundo y fétido, mientras la población sucumbía a la mortal deshidratación, sin que ningún dios atendiera a sus ruegos.
Comprendiendo que el faraón no iba a dar su brazo a torcer y que era capaz de dejar morir a su pueblo por orgullo, Moisés tomó entonces la iniciativa de interceder por todas las vidas de Egipto y rogó a Dios detener la plaga. Elohim lo escuchó y accedió a su petición.

Hasta el Mediterráneo llegó la noticia de que las aguas del río habían vuelto a su estado natural, y la familia real se alegró con la idea de poder retornar de inmediato a Egipto. Ramsés, sin embargo, se opuso a regresar tan pronto, no solo porque Moisés le había advertido que vendrían más "plagas", sino también porque no le parecía seguro volver a depender del agua del Nilo sin antes hacerle un exámen de potabilidad. Esto tardó alrededor de un día, pero ni aun cuando se confirmó que el agua podía ser consumida, el faraón permitió que alguno de los que estaban en el Mediterráneo regresara a Egipto. Envió una orden para que sus oficiales arrestaran a Moisés y Aarón por contaminar el Nilo, y aguardó a ver si ese supuesto Dios hebreo daba otra señal de su escabrosa existencia.

Al comienzo, Aarón puso resistencia al arresto e intentó librarse de los oficiales a empujones, pero Moisés le pidió no desesperar y confiar en Dios. Entregó el cayado y se dejó capturar con pasividad; Aarón siguió entonces su ejemplo e hizo lo mismo. Los llevaron hasta los calabozos del palacio, y allí Moisés le pidió a uno de los oficiales comunicarle al faraón que, ese mismo día, Egipto sería azotado por una nueva plaga para que todos se dieran cuenta de que los milagros de Dios no podían ser replicados por el hombre. El soldado se marchó sin confirmar si entregaría el mensaje o no, y los hermanos se acercaron a las rejas para poder verse, ya que habían sido encerrados en celdas diferentes.

¿Qué va a pasar ahora? —preguntó a Aarón—, nuestro pueblo desconfiará una vez más. Dirán: "si Dios estaba con ellos, ¿por qué permitió su arresto?".

Ellos y todos los egipcios seguirán siendo testigos del poder de Dios y verán que el poder no viene de nosotros sino de él. Ramsés piensa que encerrándonos evitará lo que está por venir, pero ya verá su gran equivocación. Estoy seguro de que ahora tiene miedo, pues de otra manera habría vuelto a Egipto apenas terminó la primera plaga. Sin embargo, han pasado tres días desde entonces y él aún sigue escondido en el Mediterráneo.

¿Y qué vamos a hacer si decide quedarse allá por siempre? La primera plaga no lo afectó, o al menos no tanto como esperábamos. ¿Crees que en el Mediterráneo también podrá librarse de las otras plagas?

No lo sé, Aarón. No creo que Dios lo deje impune. Sus milagros lo alcanzarán hasta donde esté.

Pero desafortunadamente para los libertadores, y afortunadamente para Ramsés, la plaga de ranas no afectó de ninguna manera a los que se encontraban en el Mediterráneo, pues los anfibios no podían sobrevivir a la salinidad del mar: necesitaban el agua dulce del río para reproducirse y no morir deshidratados. Ramsés se carcajeó al saber esto, como si el asunto fuera el colmo de la comicidad. Nefertari y Amenhotep lo secundaron en sus risas, pero Henutmire y Paser se mantuvieron rígidos y serios, sin poder creer que los reyes se estuvieran burlando de algo que afectaba a todo Egipto.

Para tratar de contrarrestar la plaga, Ramsés ordenó que se hiciera una limpieza y rociaran las calles y las fachadas de las casas de Egipto con repelentes para ranas. Estos animales, tan sagrados como inofensivos, no debían ser maltratados por la población, así que también se dio la orden de que nadie los matara. El único problema destacable que supuso la plaga fue el desesperante croar, que se escuchó claramente por dos días y dos noches seguidas y que incluso llegó hasta el Mediterráneo.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now