Capítulo 59

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La Fiesta del Valle culminó dos semanas después, cuando la peregrinación regresó al centro de Tebas, arrastrando consigo las barcas sagradas de Amón, Mut y Jonsu

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La Fiesta del Valle culminó dos semanas después, cuando la peregrinación regresó al centro de Tebas, arrastrando consigo las barcas sagradas de Amón, Mut y Jonsu. Una romería de egipcios ansiosos por recibir las bendiciones de los dioses siguieron el curso de la caravana desde Abydos hasta Tebas y se unieron a la celebración de los capitalinos que esperaban el retorno de las barcas en el muelle.

Durante aquellos días de festejo la gente estaba eximida de sus responsabilidades y acudía en masa a los pequeños santuarios de la ciudad para elevar oraciones a los dioses, agradeciendo que "las lágrimas de Isis" hubiesen desbordado el río para alimentar la tierra. Era un tiempo para conectar con la divinidad, así que algunos guardaban ayuno para purificarse de los excesos de la noche de año nuevo y preparaban ofrendas y tributos para el regreso del faraón y su procesión.

Los hebreos, que bajo su nueva libertad obtuvieron las mismas vacaciones, se mostraron bastante tímidos a la hora de visitar los santuarios junto al resto de ciudadanos. Unos se atrevieron a unirse a los grupos egipcios que se acercaban a los recintos sagrados todas las mañanas y depositaron las pocas ofrendas de las que disponían —vasos de leche o miel, pan y algunos frutos de la temporada— para demostrar su respeto a los dioses; pero la gran mayoría permaneció recluida en la villa, debatiendo con otros y consigo mismos sobre si acompañar la celebración podría ofender o no a Dios.

Por orden de Ramsés, varios sacerdotes egipcios acudieron a las villas durante esas dos semanas para culturizar a los hebreos y resolver sus dudas sobre los festejos. Paser y sus acólitos relataron la versión egipcia de la creación del mundo y explicaron por qué el ka de los muertos seguía necesitando comida y bebida para no desaparecer, pero los hebreos solían quedar más confundidos y no lograban distinguir unos dioses de otros, porque muchos tenían el mismo aspecto pero sus funciones eran distintas. Todo era tan confuso e irreal para ellos, que algunos incluso seguían sin creer que la libertad fuera un hecho: la arraigada costumbre a la esclavitud los llevó a acercarse varias veces a las obras para continuar el trabajo pausado desde la semana anterior al año nuevo, pero al llegar allí los guardias los hacían regresar a sus casas, y todos retornaban a la villa sin saber exactamente qué hacer con sus vidas.

Miriam era otra de las que batallaba para ajustarse a su nuevo hábitat. Durante la peregrinación tuvo la oportunidad de conocer los magníficos templos que hacían tan famoso a Egipto y aprendió la manera correcta de ofrendar a los dioses. Cantó para Isis en las puertas del templo de Philae y bailó para Hathor en Dendera, a la vista de Ramsés y un selecto grupo de sacerdotisas que la saludaron y la despidieron con una helada deferencia. Los egipcios de a pie no tenían derecho a aproximarse a ella, pero sus miradas horadantes la siguieron a cada paso que dio y varias veces la hicieron sentir como un cervatillo rodeado de lobos.

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