Capítulo 26

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Ikeni atravesó varios pasillos preguntando por el faraón, y finalmente logró encontrarlo cuando este iba de camino a sus aposentos

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Ikeni atravesó varios pasillos preguntando por el faraón, y finalmente logró encontrarlo cuando este iba de camino a sus aposentos. El oficial lo llamó, disculpándose por abordarlo de ese modo y en ese momento, y le comunicó que la hebrea estaba en las puertas del palacio, pidiendo que se le permitiera hablar con él. Por encima del hombro, Ramsés le dirigió al soldado una mirada de sorpresa y desagrado.

Esta no es la manera ni la hora de pedir audiencia conmigo y lo sabes perfectamente, Ikeni —contestó—. Los ministros son quienes deben atender las peticiones de los esclavos, no yo. ¡Ahora ve y dile eso a esa mujer!

Se lo dije, señor, pero la esclava está herida... está sangrando y se ve realmente desesperada...
Ramsés se dio la vuelta hacia el soldado y lo miró con absoluta desaprobación. Ikeni entendió el gesto y le hizo una nueva reverencia para pedirle disculpas.

Perdóneme, soberano. Le diré a la esclava que se marche enseguida. —Y se alejó a grandes pasos, mientras el faraón empezaba a ascender por las escaleras. Pero de pronto escuchó el grito de Ramsés, llamándolo, y se devolvió rápidamente.

Lleva a la esclava a la sala del trono —decidió el rey desde las escaleras, con un suspiro de tedio.

Ikeni se apresuró a cumplir la orden. Abrió uno de los portones para que Miriam pasara y le amarró en el brazo un trozo de tela para detener la sangre y evitar a la vez que manchara el piso. La hebrea intentó seguirle el paso tan rápido como pudo, aunque para ese momento ya había comenzado a sentirse algo lenta y débil. Ikeni la dejó a la entrada de la sala del trono, abrió las pesadas puertas y se retiró. Al verla, Ramsés también se sobresaltó por el aspecto devastado que traía. Las grandes manchas de sangre en el vestido, los ojos hinchados del llanto de dos días, y la expresión de desasosiego, hacían ver a Miriam como una auténtica alma en pena.

¿Acaso fuiste atacada por un animal? —preguntó el rey desde el otro extremo de la sala.

Algo así... —respondió Miriam todavía en la entrada, con un hilillo de voz.

Ramsés se dio la vuelta para subir a su trono.

Espero que no sea esa la razón por la que has venido a perturbarme a esta hora. El palacio no es una beneficencia. —Se sentó en su cómodo sillón sin mirar al frente—. Habla rápido, ¿qué es lo que qui... —Al alzar la vista se dio cuenta de que la hebrea se había devanecido en el piso—. ¡Guardias! —llamó, y los hombres llegaron corriendo—. Díganle al sacerdote Paser que venga de inmediato.

Los hombres salieron apurados de la sala, y Ramsés volvió a bajar del trono para acercarse a Miriam. Se agachó para voltearla, ya que había quedado boca abajo, y trató de despertarla con llamados, sacudidas y palmaditas en el rostro, pero ella no reaccionó. El faraón pensó en levantarla del suelo para acomodarla en un sillón, pero sintió cierta repulsión de llegar a mancharse las ropas con la sangre que aún brotaba del brazo de ella. De todos modos logró dejar a un lado la aversión, y unos segundos después, cargó a Miriam hasta un sillón suficientemente amplio para recostarla. Cuando Paser llegó a la sala, este utilizó un frasco de esencia concentrada para despertarla y le revisó la herida.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora