Capítulo 47

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A mitad del mes de Apep, mientras la primavera se hallaba en todo su esplendor, Ramsés volvió a pisar Tebas enfundado en un semblante hiemal que contrastaba duramente con la belleza y calidez del entorno

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A mitad del mes de Apep, mientras la primavera se hallaba en todo su esplendor, Ramsés volvió a pisar Tebas enfundado en un semblante hiemal que contrastaba duramente con la belleza y calidez del entorno. Atracó en el puerto del palacio precedido por la otra mitad de sus tropas, ya que la primera parte se había encaminado a la capital durante las semanas previas, cuando Nefertari apenas iba atravesando el Nilo en el barco de inmigrantes. Pero esta vez la reina no iba a bordo de la nave del faraón, ni de ninguna de las otras flotas de guerra. Y eso, fue lo primero que notaron todos los participantes de la recepción en el puerto de Tebas.

Tres semanas atrás, el mismo Ramsés le había hecho llegar al Chaty un comunicado en el que exigía parar la búsqueda de Nefertari, bajo la razón de que esta había sido hallada; pero nunca envió más detalles sobre lo sucedido, y desde entonces todos estaban a la expectativa de su regreso, ansiosos por devorar el chisme que sin duda haría temblar los cimientos de la aparente estabilidad matrimonial de los soberanos.

Luego de tocar tierra, el faraón fue transportado en su litera hasta el palacio y las tropas se desviaron a sus respectivos recintos para descansar. No hubo entrada triunfal ni recorrido por las calles como se acostumbraba en cada victoria, pues Ramsés había expresado su deseo de ser recibido por una comitiva discreta, y, si bien la bienvenida adoptó el típico protocolo obsequioso, todo se desarrolló bajo una muda reserva.

Con lágrimas en los ojos y exclamaciones de alivio y gratitud hacia los dioses, la reina Tuya y la princesa Henutmire fueron al encuentro del soberano, y lo abrazaron con la misma felicidad ansiosa de la ocasión en que él regresaba de su fatídico tramo por el desierto. Ramsés se abrió para recibirlas y estrecharlas contra su pecho, y por primera vez en meses sintió la generosa dicha de estar lejos del campo de batalla y poder disfrutar nuevamente del resguardo de su hogar. Se mantuvo enlazado a ellas por varios minutos, aspirando a ojos cerrados el confortante y adormecedor perfume de su madre, hasta que percibió otra presencia en la sala donde creía que sólo se hallaban los tres en ese momento, y volvió la cabeza para observarla.

Iset se encontraba a media distancia detrás de ellos, aguardando mansamente su turno para darle la bienvenida al rey. Agachó la cabeza en tono reverencial cuando sus ojos se encontraron con los de él, y esperó con la mirada baja a que se le diera alguna señal para acercarse o retirarse. Ramsés ordenó lo segundo. Y poco después de que ella abandonara la sala, Henutmire también lo hizo porque el faraón deseaba hablar a solas con la reina Tuya.

Cuando el cerrojo de las puertas sonó tras de sí, Tuya se dio el tiempo de aquilatar a su hijo con su amorosa preocupación de madre, y le acarició el rostro enternecida, mientras tomaba nota de los cambios físicos y personales que iba vislumbrando en él. Aunque no habían nuevas líneas de expresión en su rostro, Ramsés parecía haber madurado de golpe. Tenía el porte de un monarca cuya autoridad nadie cuestionaba, y en sus ojos oscuros ella notó algo que jamás había visto antes: una ira mal sofocada, revuelta con un gesto triste y absorto, totalmente vaciado de ternura y lleno de hostilidad; muy propenso al odio.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now