Capítulo 74

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Ramsés soñó que Henutmire subía por una escalera de espuma al cielo y se despedía de él agitando la mano como una mariposa. Estaba tan hermosa y resplandeciente como la recordaba en sus años de juventud y llevaba una corona que parecía relumbrar con luz propia, como un nimbo angélico. El faraón despertó en el instante en que el cielo estaba por abrirse para recibirla, y se frotó los párpados con el revés de los dedos. Había descubierto el sentido del sueño aún dormido, pero al despertar fue olvidándolo de repente. Era inútil cualquier esfuerzo por sistematizar sus presagios. Se presentaban de pronto, en una ráfaga de lucidez sobrenatural, como una convicción absoluta y momentánea, pero inasible.

Eran más de las diez. El aire se había vuelto seco y el fuerte de Qadesh estaba paralizado por el calor. Ramsés se dio la vuelta en la cama y notó que el cuerpo ya no le dolía: las úlceras habían desaparecido después de una semana de tratamientos infructuosos, y sin dejarle ningún tipo de rastro en la piel. Se sentó para vestirse, echándole una mirada al cuarto. Hattusili lo había hospedado en la mejor habitación del fuerte, con una excelente vista al campo donde se había librado hace años la batalla entre ambos reinos, y comodidades suficientes para no echar tanto de menos el palacio. Ramsés se puso las sandalias y salió.

En el jardín, el rey de Hatti había hecho levantar un elegante quiosco de madera, a la sombra de un sauce. En una mesa baja había uvas de granos rojos e higos frescos, y en unas copas habían servido cerveza, ideal durante los fuertes calores. Hattusili estaba desayunando allí, y él y todos los sirvientes quedaron sorprendidos cuando Ramsés apareció completamente curado. El faraón se sentó en la mesa y Hattusili pidió que le trajeran más comida.

Entonces... ¿el poder de ese Dios es cierto? —inquirió Hattusili—. Estabas tan mal que creí que ibas a morir, ¡pero mírate!, te curaste de repente y por completo. Nunca había visto algo así.

Ahora ves que yo tenía razón —respondió Ramsés con abulia, llevándose una uva a los labios.

¿Y por qué no lo veneras para que te quite de encima esas plagas?

Durante la unificación de los pueblos le ofrecí oro, comida, riqueza, y no se contentó con eso. Además, según los hebreos, no quiere que las personas ofrezcan su respeto a otros dioses, ni que practiquen rituales o algún tipo de magia. Aquellos quienes lo siguen deben depender únicamente de él. —Terminó de masticar y suspiró—: Es un dios complicado.

¿Y no será más bien que los propios dioses de Egipto están molestos contigo? ¿No crees que todas las tragedias son a causa de ellos y no del dios de los hebreos?

Ojalá fuera eso. Mis sacerdotes han hecho lo posible por contactarse con ellos, pero ni siquiera los oráculos responden.

El resto de la comida llegó. Los reyes hablaron de otras cosas mientras desayunaban y solo hasta el final tocaron el tema del espía. Hattusili afirmó que este aún vivía y permanecía encarcelado por traición. También contó que lo había mandado a traer unos días atrás, por lo que posiblemente arribaría al fuerte esa misma tarde, y no llegaría solo porque vendrían con él otros dos testigos.

Hattusili estaba enterado de casi todo lo que se ocultaba detrás de la conspiración contra Miriam, excepto algunas cosas concernientes a Yunet y a Nefertari porque el espía solo había lidiado con los ministros. Sabía, por ejemplo, que Bakenmut estaba enlodado con el problema, y quiénes eran los consejeros involucrados. Solo hasta después de la muerte de Urhi-Teshub se había enterado de que el espía también trabajaba para los ministros de Egipto y que por esta razón Hatti había fracasado en su intento por apoderarse de Pi-Ramsés. Sin embargo, Hattusili había encarcelado y no asesinado al hombre, porque previamente le había prometido perdonarle la vida si le contaba la verdad absoluta.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now