Capítulo 76

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Esa noche Moisés no logró conciliar el sueño. Estuvo dando vueltas en la cama por varias horas, hasta que al borde de la madrugada se sintió sofocado en la casa y decidió salir a tomar un poco de aire. Horas atrás, él y Aarón habían ido al palacio a recoger a Miriam, pero Kemet les mintió diciéndoles que él la había invitado a quedarse a dormir. Suponía que sus padres estaban aprovechando la intimidad de la noche para reconciliarse y prefirió encubrirlos.

Moisés caminó despacio hasta un rellano fuera de la villa y se quedó contemplando el cielo, sosteniéndose las manos en la espalda. Dios aún no respondía la pregunta que él y Aarón le habían hecho en la mañana a orillas del Nilo, y Moisés creía que aquel silencio era una licencia para que ellos mismos utilizaran su propio discernimiento y juzgaran la veracidad de la petición de Ramsés. Moisés no se atrevía a defenderla o desacreditarla, pues las acciones del faraón ya tenían precedentes versátiles e impredecibles. El profeta quería creer que su hermano adoptivo había cambiado de parecer al enterarse de la inocencia de Miriam, pero lo que Dios ya le había pronosticado no tenía congruencia con el repentino cambio de Ramsés.

Observando distraídamente el cielo, Moisés notó de pronto que un lucero se iba haciendo más grande y brillante, hasta que de la nada emanó hacia él un rayo de luz blanca que por poco lo dejó ciego. Moisés retrocedió aturdido, tratando de cubrirse los ojos con las manos pero, al ser esto insuficiente para suavizar el azote de la luz, se agachó y se cubrió la cabeza con el saco que llevaba.

Un momento después la luz comenzó a amainar y Moisés volvió a levantarse, pero, al abrir los ojos, se dio cuenta de que ya no estaba parado en el rellano y que tampoco era de noche; ahora estaba transitando por un monte al mediodía, mientras encabezaba el éxodo de los hebreos. Al fijarse en las personas más cercanas a su alrededor, notó con gran sorpresa que Ramsés iba caminando a su lado, que a la derecha de él iban Kemet y Miriam, y que un poco más atrás venían los 12 sacerdotes de Egipto que el faraón había traído consigo para transmitir a su pueblo las enseñanzas de Dios.

Moisés fue inmediatamente consciente de que estaba teniendo una revelación divina y se dejó fluir dentro de ella, dándose cuenta también de que los sucesos expuestos allí no eran continuos sino que iban saltando en el tiempo, y en un tiempo especialmente corto, como de algunas semanas o meses. Además, el personaje principal de la visión era Ramsés porque sobresaltaba en cada escena: su imagen era nítida y colorida en comparación a las demás, que se veían opacas y llegaban a confundirse un poco con los tonos sepia del ambiente. Teniendo en cuenta estos detalles, Moisés analizó todo lo que ocurría en la revelación.

Primero vio que Ramsés lograba acoplarse al campamento, a pesar de que sus sacerdotes eran más apartados y quisquillosos. Después lo vio apoyando a los libertadores cuando ocurrió un grave problema que Moisés no comprendió pero que estaba relacionado con un becerro de oro. También lo vio participando en los ritos y festividades del pueblo, y hasta ofició su segunda boda con Miriam. Pero luego de toda esa aparente alegría, algo cambió. Una noche, cuando todo el pueblo ya se había guarecido en sus carpas para dormir, varias tropas de soldados hititas atacaron el campamento; masacraron a los valientes, capturaron a los que huían, y obligaron al resto de hebreos a repartirse en dos bandos porque uno sería llevado a Hatti y el otro sería devuelto a Egipto, ambos para continuar en esclavitud.

En la noche de aquella tragedia, Moisés despertó al escuchar el fragor de las tropas hititas acercándose al campamento. Su tienda estaba totalmente oscura, y él sentía que la cabeza le daba vueltas como si hubiera bebido ababol. Trató de incorporarse de la cama, pero un arma desconocida lo traspasó de repente, dejándolo sembrado de dolor en el lecho. Su cabeza se desplomó de nuevo sobre la almohada; sus manos buscaron a tientas algo de qué agarrarse en la terrible oscuridad y de repente chocaron con un rostro. Moisés fue palpando pedazos de un cuerpo invisible y fornido, hasta que llegó a las manos de este y las notó cerradas y duras pero temblorosas. Eran ellas las que sostenían la empuñadura de la espada que Moisés tenía atravesada en la boca del estómago.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora