Capítulo 2

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El caballo recorrió muchos kilómetros sin rumbo, lejos del imperio  egipcio, hasta que no aguantó el inmenso calor del desierto y finalmente se desplomó con tal fuerza que volteó la carretilla, mandando a rodar varios metros por el suelo a Miriam ...

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El caballo recorrió muchos kilómetros sin rumbo, lejos del imperio egipcio, hasta que no aguantó el inmenso calor del desierto y finalmente se desplomó con tal fuerza que volteó la carretilla, mandando a rodar varios metros por el suelo a Miriam y a Ramsés.

Al cabo de varios minutos, la hebrea despertó confundida. Se quedó unos segundos sentada en el suelo, esperando que su vista se aclarara por completo y, cuando se sintió mejor, se levantó aterrada de ver a su alrededor infinidades de arena. Detrás suyo encontró al caballo amarrado a la carreta, y un poco más allá, descubrió a un hombre boca abajo, cubierto con una túnica blanca. Entonces caminó con cautela hacia él y con sumo cuidado le retiró la capa del rostro, llevándose una gran sorpresa.

La cabeza de Ramsés sangraba con abundancia, así que Miriam le rasgó el manto que llevaba y le amarró un pedazo de tela en la herida para detener el flujo. Apoyó la cabeza contra el pecho del príncipe, a fin de escuchar si su corazón aún latía, pero al no percibir los pálpitos creyó que ya estaba muerto.

Miriam trató de calmarse y pensó en llevar a Ramsés bajo la sombra del caballo, con la esperanza de que el príncipe despertara con un poco de aire fresco; pero ya que ella no tenía la fuerza suficiente para levantarlo, caminó hasta el corcel y le desató la carretilla que le impedía ponerse nuevamente en pie. El animal se mostró un poco arisco, por lo que Miriam tuvo que guiarlo con cuidado y paciencia, ayudándose con la paja de la carretilla. Una vez que logró llevarlo hasta Ramsés, el caballo volvió a sentarse para comer y el príncipe quedó cubierto por su sombra.

Perdida y sin saber qué más hacer, Miriam se puso de rodillas y le suplicó a Dios que la ayudase. Pero mientras oraba angustiada, escuchó un pequeño quejido salir de la boca de Ramsés y volteó hacia él, aliviada de saber que aún seguía con vida. Se percató de que este llevaba una cantimplora con agua, amarrada a la cintura; entonces la desató para darle de beber un poco y humedecerle el rostro, esperando que con ello pudiera volver en sí.

El príncipe despertó lentamente. Sin embargo, no logró sentarse ni ponerse en pie hasta que su vista se aclaró por completo. En su estado de confusión y malestar, no comprendía ni reconocía quién era la mujer que se encontraba a su lado, por lo cual intentaba alejarse de ella, y cuando Miriam lo tocaba con suavidad para tranquilizarlo, él se soltaba de su mano con brusquedad.

 En su estado  de confusión y malestar, no comprendía ni reconocía quién era la mujer  que se encontraba a su lado, por lo cual intentaba alejarse de ella, y  cuando Miriam lo tocaba con suavidad para tranquilizarlo, él se soltaba  de su mano con ...

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Los guardias que custodiaban a Ramsés ya habían llegado al palacio, pero al enterarse de que el príncipe no estaba allí se dividieron para que unos volviesen a las obras, otros lo buscaran en la casa de Senet y en el mercado. Cuando volvieron a reunirse ninguno lo había hallado.
Bakenmut tranquilizó a sus compañeros, recordándoles que el príncipe ya había salido solo y sin dar explicaciones en ocasiones pasadas, por lo que probablemente volvería al palacio al cabo de unas horas. Sin embargo, Ikeni les dijo que tal vez no deberían estar tan tranquilos, pues Ramsés no se encontraba en ninguno de los lugares que frecuentaba y por los caminos que recorrieron al parecer nadie lo había visto. Siendo así, decidieron informar al general Disebek, quien también los tranquilizó, pues creyó que el príncipe estaba bien y que volvería en cualquier momento.

Eleazar, el hijo menor de Eliseba, encontró la espada de Ramsés tirada en el suelo y decidió llevarla a su casa para enseñársela a su madre, pero cuando ella lo vio con el arma se asustó y le ordenó que la devolviera al lugar donde la había encont...

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Eleazar, el hijo menor de Eliseba, encontró la espada de Ramsés tirada en el suelo y decidió llevarla a su casa para enseñársela a su madre, pero cuando ella lo vio con el arma se asustó y le ordenó que la devolviera al lugar donde la había encontrado. Eleazar le contó que la había hallado en el suelo cerca de la casa, así que Eliseba la guardó, diciéndole que se la entregaría a Aarón para que este la devolviera a los guardias. El niño, en su inocencia, le preguntó si no podían quedársela para defenderse de los soldados; a lo que su madre le contestó que las armas no eran buenas y que no debía pensar de esa manera, porque ellos no eran como los oficiales egipcios.

 El niño, en su inocencia, le preguntó si no podían quedársela para defenderse de los soldados; a lo que su madre le contestó que las armas no eran buenas y que no debía pensar de esa manera, porque ellos no eran como los oficiales egipcios

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Cuando Ramsés recuperó la lucidez y cayó en cuenta de que se encontraba en medio del desierto, trató de reincorporarse en breve; lo cual se le dificultó bastante, gracias a que la herida le provocaba mareo. Miriam intentó hacer lo posible por que se quedara quieto, pero Ramsés seguía sin reconocerla y de pronto comenzó a percibirla como una amenaza. Quiso desenvainar su espada para defenderse de ella, pero al poner su mano sobre la funda se dio cuenta de que no la llevaba consigo. Enfurecido, sujetó los brazos de la hebrea con fuerza y la avasalló en el suelo, preguntándole quién era. Tratando de poner resistencia, Miriam le contestó que era la hermana de Moisés, que no recordaba ni sabía por qué ambos estaban perdidos en el desierto, pero que sospechaba que todo era gracias a unos miserables ladrones que la persiguieron por toda la villa después de que ella los descubriera robando.

Ramsés la miró detenidamente y logró recordar que Amram se la había presentado junto a su otro hermano. Intentó recordar también los recientes sucesos, pero sus memorias finalizaban en la parte en que él había apuntado con su espada a uno de los ladrones. Entonces le pidió disculpas a Miriam por reaccionar de esa manera, explicando que en un principio no había logrado reconocerla.

No se preocupe príncipe —respondió ella—, yo comprendo: despertar aquí, en medio del desierto, parece más un secuestro que... un evento desafortunado... Dios... en realidad no sé ni cómo describir esta situación­­­­­­­­­­­­.

Ramsés la ayudó a levantarse del suelo y contestó:

Como un intento de asesinato, ¿tal vez?

 Miriam lo miró a los ojos, pero enseguida agachó la cabeza, recordando el protocolo obligatorio para hablar con la realeza.

Usted no pudo haberlo definido mejor...

¡Esos malditos! —farfulló Ramsés, acomodándose con fuerza iracunda sus brazaletes y anillos—; espero que disfruten sus últimos días de vida, porque cuando mi padre se entere de esto, estarán muertos. —Trató de ubicarse para encontrar el camino de vuelta, pero estaba totalmente desorientado. Supuso que las tropas del reino viajarían en su búsqueda, así que insistió en que debían quedarse en el mismo punto para evitar perderse más, al menos por unas horas.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now