Capítulo 3

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Un poco después del mediodía, cuando los guardias pausaron las obras para ir a almorzar, Abigail se acercó a Amram y Aarón para contarles que Miriam había vuelto a la villa a buscar agua hacía más de dos horas, pero aún no regresaba.

Ya que ningún hebreo tenía permitido abandonar el área de construcción hasta el final de la jornada, Amram le pidió a Abigail que fuera a la villa con la excusa de recargar las jarras, y así lo hizo ella. Sin embargo, al volver a las obras, les dio a Amram y a Aarón la preocupante noticia de que Miriam tampoco se encontraba en la villa.

Llegado el ocaso, los hebreos volvieron a sus casas. Amram le preguntó a Jocabed si había visto a Miriam, pero ella respondió que no la había visto desde la mañana en que se fue a las obras. Temiendo que algo malo le hubiese ocurrido, la familia preguntó por ella a todas las personas cercanas, sin obtener respuestas alentadoras: nadie había visto a Miriam luego de que regresara a la villa.

Los guardias, por su parte, le informaron nuevamente a Disebek que el príncipe seguía sin dar pistas de su paradero, a pesar de que luego de la primera vez que salieron a buscarlo repitieron la acción. El faraón Seti preguntaba por Ramsés, así que Disebek le ordenó a una tropa de guardias buscarlo en cada rincón y no regresar hasta haberlo encontrado.

Mientras aguardaban en el desierto, Ramsés alcanzó a visualizar que a lo lejos se avecinaba una tormenta de arena y él y Miriam se vieron obligados a huir para refugiarse de ella

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Mientras aguardaban en el desierto, Ramsés alcanzó a visualizar que a lo lejos se avecinaba una tormenta de arena y él y Miriam se vieron obligados a huir para refugiarse de ella. Ambos subieron al caballo y rápidamente se dirigieron en la dirección contraria a la tormenta, con la esperanza de encontrar un monte que les sirviese de escudo contra la fuerza de los vientos. Luego de recorrer millas lograron encontrar un monte lo bastante grande para resguardarse. Apenas alcanzaron a cubrirse el rostro con un par de telas para no aspirar el polvo, cuando la tormenta los envolvió, nublando por completo el lugar donde se encontraban.

El fenómeno climático tardó más de tres de horas en cesar, y cuando se disipó en su totalidad, ya la noche reinaba en el cielo.

Una vez seguros de que la tormenta había pasado, Ramsés y Miriam hablaron sobre lo que debían hacer para encontrar un camino de regreso y guiarse por las estrellas fue la opción más acertada, aunque Miriam no tenía idea de cómo hacerlo.

La verdad, príncipe... es que yo nunca he salido de la villa. Toda mi vida he estado allí mirando el mismo cielo y no tengo idea de cómo guiarme.

Ramsés la miró de reojo y suspiró.

—La forma más segura de volver es reconociendo perfectamente las estrellas del cielo bajo el que se está. Y si toda la vida has visto el mismo cielo no tendría que ser muy difícil reconocerlas para ti.

Explicó que primero debían localizar las estrellas más grandes, de modo que, con mucho detenimiento, ambos analizaron el cielo, y cuando lograron identificar la estrella Polaris o "Mismar" (como los egipcios y damasquinos la llamaban),  Ramsés aseguró que debían seguir hacia el norte. Sin embargo, no estaba seguro de cuántos kilómetros había recorrido el caballo y qué tan lejos estaban de Egipto. Tenía claro que durante las batallas sus tropas viajaban hacia el sur en busca de otros imperios y pueblos por conquistar, por lo cual creyó estar seguro de que Egipto estaba en el norte, donde se podía ver la estrella Mismar un poco más grande de lo que la veían ahora mismo en el desierto. Siendo así, nuevamente subieron al caballo y se dirigieron hacia el norte.

Ya caída la noche, Disebek le informó al faraón Seti que Ramsés no había vuelto al palacio y que, pese a los esfuerzos, no habían logrado localizarlo

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Ya caída la noche, Disebek le informó al faraón Seti que Ramsés no había vuelto al palacio y que, pese a los esfuerzos, no habían logrado localizarlo. Pero, contrario a lo que esperaba el general, la noticia pareció no preocupar demasiado al rey; pues pensaba que su hijo quería un tiempo a solas para pensar sobre su futuro matrimonio y recuperarse de la partida de Nefertari a Waset del día anterior.

—Si no conociera a mi hijo estaría preocupado Disebek —dijo Seti, mientras tomaba una de sus inseparables copas de vino. —Pero Ramsés siempre ha desaparecido por su cuenta cuando no se siente bien. Sé que la partida de Nefertari lo afectó mucho y casarse por primera vez siempre trae muchos temores.

El rey creía que el príncipe se encontraba en uno de los templos que solía visitar desde niño, así que le ordenó al general parar la búsqueda y retomarla al día siguiente en aquella zona.

Ese mismo día, la reina Tuya había conversado con Seti para que le permitiera a la segunda esposa: Nayla, acompañarlo en sus aposentos esa noche. Y ya que él había aceptado, la reina se esmeró para que la segunda esposa luciera deslumbrante esa noche. Pero, quien apareció en la habitación del rey a la hora acordada no fue Nayla, sino Yunet, vestida con un traje rojo y cubriendo la parte baja de su rostro con un velo. Esta le hizo un baile al faraón y le pidió que se recostara en la cama mientras ella le servía una copa de vino, procurando que Seti se distrajera para que no la viera depositando un veneno en su copa.

Ambos brindaron aquella noche y luego de que el soberano le diera el primer sorbo a la bebida, empezó a tener un ataque en el corazón que lo llevó al umbral de la muerte en segundos. Poco antes de que el veneno surtiera efecto por completo, Yunet se retiró el velo del rostro y le reveló al faraón la razón por la cual acababa de envenenarlo: venganza por no haber permitido que Nefertari se casara con Ramsés.

 Poco antes de que el veneno surtiera efecto por completo, Yunet se retiró el velo del rostro y le reveló al faraón la razón por la cual acababa de envenenarlo: venganza por no haber permitido que Nefertari se casara con Ramsés

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Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now