Capítulo 34

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A las siete de la mañana del día siguiente, Miriam salió del palacio acompañada por uno de los sirvientes del rey, rumbo a la institución que la recibiría como alumna. Estos lugares recibían el nombre de "casas Jeneret".

Las casas Jeneret, más allá de ser extensiones de un harem común, eran sedes destinadas a la enseñanza de princesas, hijos e hijas de concubinas y esposas secundarias del faraón. La educación que recibían sus alumnos estaba orientada al arte, la escritura, y economía. Y aunque normalmente eran recintos exclusivos para mujeres de alto rango, todos contaban con un aula específica para damas y esclavas extranjeras que estuviesen destinadas a ejercer algún cargo para la nobleza. Hasta ese momento ninguna esclava hebrea había pisado dicho instituto, porque rara vez se escogía su mano de obra para trabajar con la monarquía; de manera que Miriam fue la primer mujer hebrea en recorrer el camino sapiencial de Egipto.

Para llegar a la casa Jeneret a la que se dirigían, Miriam y el siervo tomaron rutas embellecidas de riqueza forestal, donde el intenso calor de la mañana se hizo menos recio gracias a la sombra de los árboles y el frescor que sus ramas le daban al viento. Las academias solían estar un poco apartadas de la ciudad, y metidas entremedio de hermosos y extensos jardines que, además de cumplir una función estética, eran utilizados como campos de estudio. Miriam no recordaba haber estado en un lugar así. El suelo infértil de la villa no permitía cultivar ese tipo de paisajes y los jardines del palacio estaban conformados mayormente por plantas de medio tamaño, pero el follaje de las florestas por las que ahora transitaba era tan alto y denso que apenas dejaba colar unos cuantos rayos del sol hacia el suelo.

Cuando comenzaron a recorrer el último sendero, Miriam vio a lo lejos una casa blanca de tres plantas, adosada con dos terrazas en cada flanco y un balcón en cada piso. La puerta principal estaba custodiada por varios guardias, y las infaltables estatuas de dioses comenzaban a circunvalaban la última parte del camino. Al llegar, los custodios le abrieron paso al siervo y a Miriam.

El interior de la casa era aún más grande de lo que parecía por fuera. El techo tenía una abertura rectangular sostenida por cuatro pilares, que enmarcaban una fuente de agua en su centro como una especie de impluvio. La totalidad de la casa parecía un mini palacio: con su pintura vibrante, las columnas majestuosas, los sillones y muebles refinados, y el bullicio que esta vez se componía únicamente de voces femeninas. El siervo dejó a Miriam en el aula respectiva, e intercambió un par de palabras con el que parecía ser el maestro.

Señor Bes, esta es la sierva Miriam —dijo el siervo, y luego se dirigió a la hebrea:

Miriam, el señor Bes será tu maestro.

La esclava le hizo una reverencia al hombre, y luego de que el siervo se retirara, el maestro se acercó a ella, mirándola de pies a cabeza.

—¿Eres nueva en el palacio? —le preguntó.

—No, señor —respondió Miriam.

—¿Por qué llevas tan largo el cabello entonces?

—Mi señora me permitió conservarlo así.

El maestro le observó con cierta repugnancia la mata de pelo totalmente atrapada en un moño, y suspiró de mala gana:

—No quiero ver un solo cabello en el suelo de mi aula.

Cuando Miriam ingresó a la sala, entendió que sería la única a quien culpar si alguien encontraba un cabello suelto: todas sus compañeras tenían la cabeza rapada y ninguna usaba peluca. Los quince rostros femeninos que se encontraban allí, no le quitaron la mirada de encima hasta que tomó asiento. Todas las alumnas eran esclavas al igual que ella. Algunas provenían de Canaán, Lidia, Bitinia o pueblos y reinos que Miriam jamás había escuchado mencionar, y otras aseguraban no saberlo, porque habían pasado toda su vida navegando de un país a otro sin origen ni identidad, hasta que Egipto se adueñó de ellas y les dio un nombre. Eran humildes, algo tímidas, y en sus ojos se pintaba la marca huidiza de las personas que han sido heridas muchas veces. Hablaban claro el egipcio, aunque aún tenían marcado un fuerte acento extranjero, y todas habían ingresado a la academia luego de ser escogidas para trabajar bajo el mando de personas cercanas a la realeza. Ese ambiente de igualdad hizo que Miriam se sintiera más cómoda, pues había jurado que por ser esclava sería víctima de discriminación por parte de sus compañeras, pero en lugar de ello encontró al único grupo de mujeres con el que se sentiría identificada por primera vez desde su llegada al palacio.

Libi ShelekhaWhere stories live. Discover now