Capítulo 79 - Ramsés

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Tengo, al momento de retomar este escrito, 70 años.

He olvidado los hombres que antes fui; sigo el odiado camino de monótonas paredes que es mi destino. Rectas galerías que se curvan en círculos secretos al cabo de los años. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales. Mi memoria clasifica, revueltos, nombres y fechas de personas y días que han muerto o han pasado, con los días y personas que han existido solo en mí.

Miro en el alba mis manos, miro en las manos las venas; con extrañeza las miro. Ofrezco un aspecto deplorable ante el espejo, con la piel barrosa y surcada de arrugas, con los ojos febriles y agotados. Cada vez que un adulto se mira en el espejo a partir de una cierta edad, la impía y vil naturaleza lo reclama al mundo del olvido, donde reina la noche.

¿Dónde están los innumerables relatos de mis días en la tierra a lo largo de estos años? No están. El río sempiterno de los años los ha perdido; el ahora es una palabra en un extensísimo índice. No interesa lo que me pasó, sino las cicatrices que me marcan y distinguen. Mi pasado tiene poco sentido, no veo orden, claridad, propósitos ni caminos, solo un viaje a ciegas, guiado por el instinto.

Escribí cientos y cientos de poemas en los intersticios de las horas, y todos los fui quemando a modo de purificación. Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la medianoche, que a la mañana no puede recordarse.

¿Y Egipto? Egipto es como una bandera que oscila entre la desesperación y la esperanza, que es la que siempre prevalece. Remontó en las olas de la prosperidad y la gloria años antes de la muerte de Nefertari y se mantuvo fluctuando en ellas por más de diez años, hasta que algunas aves de rapiña volvieron a plantarse en sus trigales. Pero no importa. Es como la vida misma: un zizagueo de suertes y emociones. Estamos y estaremos bien. Sobreviviremos milenios, aunque el tiempo nos desmorone. Lo sé. Los presentimientos de los ancianos no se equivocan.

Al morir Nefertari, pensé en hacerme viejo encerrado en mis aposentos, solo, con su memoria y el espejo donde ella se miraba cada día. En sus años finales, cuando la vi desolada por su enfermedad, fue cuando más profundamente la quise. Y todavía pienso en el valor con que sufrió mi vida complicada, azarosa, contradictoria. A su lado pasé momentos de peligro, de amor, de amargura, de pobreza, de desengaños y alejamientos. La desgracia es vivir. Los muertos ya no sienten. Son felices. Yo envidio sus tumbas cubiertas de polvo.

Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para ese gran viaje: de una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones desconocidas. Así como son despaciosas las horas de la infancia, cuando uno se va haciendo viejo las horas se achican, como un astro que girara cada vez en órbitas más pequeñas, y a mayor velocidad. La vida es verdaderamente un suspiro. Y un suspiro no es nada, como tampoco es nada el viento entre las acacias o la bruma sobre el mar. Mi fe, mi llama, mi alma; su latido o su ardor. No son sino un suspiro.

Hoy ha vuelto Kemet de su largo tramo por el Sinaí. Va cada año cuando puede, y a mí me sigue causando gracia que los hebreos parecen haber hecho de la península su tierra de leche y miel. En veinte años no han hecho más que bobear, subiendo y bajando por el mismo tramo. Ahora están parados en el desierto de Parán. Tal parece que el pueblo ha sido demasiado obtuso al seguir las órdenes de Yahvé, y este, con su poquísima paciencia, los ha condenado a dar interminables círculos por la zona.

Canaán prosperó demasiado en los últimos años. Los príncipes que gobiernan sus ciudades pagan tributo compartido entre mi imperio y los reinos aledaños. Los hebreos rodean, vigilan, husmean, vienen y van por las fronteras sin atraverse a cruzar; me recuerdan a los niños cuando quieren ir al baño y terminan haciéndose encima por no interrumpir la conversación de los adultos para pedir permiso. Los príncipes de los pueblos me notifican que a veces son tan irritantes como una nube de moscas. Yo me lavo las manos.

Libi ShelekhaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora