50.

1.3K 132 75
                                    

EL FUEGO QUE NOS HACE RENACER

• • •



Dos semanas después.



En el cristal puedo ver mi reflejo y noto como los moretones ya comenzaron a desvanecerse. Mis manos ya no tiemblan tanto como los primeros días y siento la extraña necesidad de salir corriendo del lugar, sin embargo, me mantengo aquí porque hay muchas cosas que quiero averiguar.

Sostengo mi bolso contra el pecho y me hago más pequeña al ver cómo las puertas se corren y vienen dos personas vestidas de blanco, sosteniendo de cada brazo a la persona que vine a ver.

Sus manos están atadas y con los ojos llorosos, respiro hondo.

No hay rastro alguno de la persona a la que estaba acostumbrada, sus ojos marrones eran vacíos y el cabello negro estaba recogido en una coleta en la parte baja de su cabeza.

Me erguí en el asiento, una silla con respaldo duro que me hace mantener la compostura recta. Relamo mis labios y finjo que todo está aun cuando me siento bien.

—Annalise —soltó y me sentí tan feliz de que me haya reconocido.

—Mamá.

El sonido de mi voz es áspero, lleno de mucho resentimiento aún. Y aunque el diagnostico que le dieron los doctores arrojó que ella padecía de una enfermedad mental sobre la dependencia, sé que aun hay cosas que no puedo perdonarle. El síndrome de la dependencia no me hace justificarla por lo que ella me hizo en el pasado.

Porque antes de que se hiciera dependiente a Xavier, después de la muerte de papá, ella me lastimó de muchos modos. Me dejó, me hirió y me culpó de la muerte de él como si yo hubiera estado presente el día que falleció.

Sostuve la bolsa que tenía y metí la mano para sacar la fotografía de mi hijo. Ella me la arrebató de la mano miró con anhelo a mi hijo, sentí muchas ganas de llorar al verla, ladear su cabeza, admirando como si mi hijo fuese su nuevo Dios. Era aterradora la forma en la que lo hizo.

—¿Cómo está Caleb? —preguntó. Sin inmutarme, me crucé de brazos.

—Su nombre es Robert —le dije.

—No, míralo, sus ojos son iguales a los de Caleb, Anna. Tu papá está aquí de nuevo y...

—Mamá, papá murió hace casi ocho años.

Abigail ladeó de nuevo la cabeza, con una mirada sombría, arrugó la fotografía de mi hijo y trató de levantarse del asiento, pero no lo logró porque seguía atada.

—Caleb, su nombre es Caleb. Tú lo miraste, es igual a él.

Negué con la cabeza, aferrándome a no llorar. Robert era el retrato de Elliot cuando era pequeño, las fotografías lo comprobaron, además, lo único que logró distinguir a mi hijo de su padre eran los ojos grises que él heredó de mí.

—Robert es su nombre y se parece a su papá —me atreví a decir.

—¡Eres una mentirosa! —explotó—. ¡Siempre has sido una maldita mentirosa! ¡No quieres aceptar que él es Caleb porque tienes miedo de que regrese a ti y te haga pagar lo que hiciste!

Me estremecí ante su declaración y me hundí en el asiento.

—Mamá...

—Yo no soy la madre de una mentirosa, asesina. Tú mataste a Caleb, recuérdalo. Hiciste que él se cansara, que trabajara por esa estúpida casa, que te amara hasta el cansancio. Tú lo provocaste, Annalise.

La chica de mis pesadillas [COMPLETA]Where stories live. Discover now