20.

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AMENAZA

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—¿Lo estás aceptando? —No podía responder esa pregunta aún. Mis ojos estaban puestos sobre ese par que movía sus pies con demasiada fuerza, y sus llantos inundaban la sala, como si exigieran salir de sus incubadoras.

No podía moverme al ver lo pequeños que eran, sus pequeños cuerpos estaban débiles aun, y solo uno de ellos se movía más que el otro. Aun no era momento de determinar sus facciones, estaban un poco rojos, como las ratas bebés, pequeñas y arrugadas.

Negué con la cabeza, lento, intentando atravesar el cristal que se interponía entre nosotros tres. Quería cruzar hasta ellos y tomarlos, llevarlos conmigo hasta donde se encontraba su mamá y quedarnos los cuatro en esa burbuja, como la familia que quería que fuéramos. Aunque ahora ella era quien tenía que decidir, también no dejaba de anhelarlo, supongo que ahora tenía que vivir soñando a que ese momento llegara.

—Son mis hijos —murmuré.

—Así es, Elliot. Tienes que aceptarlo, no se irán a ningún lado. —Levanté la cabeza y le fruncí el ceño a mi hermano.

—¿Cómo lo lograste, Dave? —Mi hermano estaba cruzado de brazos, y miraba atento al par, y con una curva en su cabeza, levantó una ceja.

—Lo aceptas, siempre tienes que aceptarlo, Elliot. Yo estaba solo cuando mi hija nació, no tenía a su madre a mi lado, y no había ninguna persona que le pudiera dar el calor que ella necesitaba. Solo yo. Sabes que solo éramos Lili y yo. Maduras, aprendes y sin darte cuenta, ya creciste. Ya no eres ese chico que va a fiestas y se embriaga, ni siquiera eres capaz de rebasar el límite de velocidad porque tienes mejores cosas que pagar, no te puedes dar el lujo de pagar una multa. Todas las cosas que dejas de hacer, la diversión que decimos perder por un hijo se ve compensada por esos ojitos llenos de brillos que un día te van a llamar papá, o cuando llenos de miedo, en el doctor, no van a querer que te apartes. Cuando eres papá, Elliot, para ellos eres un héroe, ese es el papel.

Miré de nuevo a mis hijos. El pecho de Darien subía y bajaba, aun seguía respirando, y eso me alentaba. Robert no tenía tantos cables conectados como el menor, y era quien lloraba más, sería un chico determinante.

—No quiero defraudarlos —admití—. No quiero ser un mal papá.

—Yo tampoco quiero defraudarla, Elliot.

—¿A Lili?

Mi hermano negó con la cabeza, y sin mirarme, pude ver como sus ojos se llenaron de lágrimas cuando un recuerdo atravesó por su mente.

—A Hannah.

Comprendí lo que decía, siempre recuerdo a la madre de mi sobrina, y recuerdos tristes se integran con ello. Mi hermano quedó devastado cuando ella murió, no solo dejó a una bebé recién nacida, sino un vacío de pérdida que era muy difícil de llenar. Hannah Howland había sido su novia por años, era con quien había compartido muchos momentos de su vida. Nunca fui muy apegado a ella, no existió una conexión tan grande, pero los momentos que compartimos fueron buenos, siempre fue dulce, llena de vida y una chica perfecta ante los ojos de todos. Hannah era de las personas que te ayudaban en todo lo que podían, incluso, era capaz de dar su vida por quien sea, y claro, eso mismo fue lo que la llevó a la muerte: dando la vida por la de su hija.

Mi hermano tomó una profunda respiración y sacudió la cabeza, como si intentara borrar sus malos recuerdos. Una de las cosas que para mi ver, le era imposible. Dave nunca podría borrar sus errores, por más que quisiera hacerlo, tener a Josette a su lado era un mecanismo de defensa para borrar sus culpas y así no lastimar a más personas, pero lo que realmente sí veo en los ojos de mi hermano es como poco a poco ha caído en los encantos de la chica rubia, la francesa que lo conquistó, la chica que sin duda ha sido un ángel para ellos dos.

La chica de mis pesadillas [COMPLETA]Where stories live. Discover now