Capítulo II (Segunda parte) (Editado)

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Aiden me miró como si definitivamente no tuviera ni un minuto de su tiempo para desperdiciar conmigo, pero como no tenía otra opción que desperdiciar su valioso tiempo, cerró su casillero y asintió levemente. Por un larguísimo segundo olvidé cómo respirar. Solo podía enfocarme en sus hermosos ojos grises. Eran de un color tormenta extraordinario que nunca había visto en una persona antes, y había sido lo primero que había notado en Aiden cuando lo conocí por primera vez. Claramente, seguían teniendo el mismo efecto en mí que entonces.

—Uhm... entiendo que la pretemporada empieza la próxima semana, así que quería dejar saldado cómo vamos a organizarnos para el proyecto.

—Tengo práctica todos los días después de la escuela. Estaré libre cualquier día después de las seis —espetó casi como si quisiera que esto acabara pronto.

—Yo, uhm... puedo después de las siete. Podríamos utilizar un día para trabajar el libro y el informe, y otro para hacer la presentación. ¿Suena bien?

Era consciente de que estaba hablando como una colegiala hormonal con cero sentido común, así que era consciente de lo tonta que tenía que verme. Solo esperaba que Aiden no supiera que la razón era realmente mi estúpida inclinación femenina hacia los hombres que no me convenían.

—Todo lo bien que puede sonar —murmuró en voz baja e hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.

—Escucha, Reed, estoy igual de contenta que tú, ¿pero crees que sería posible llevar los aires en paz? Hará todo más ameno.

—No creo que sepas llevar el aire en paz en absoluto, King —me miró con una ceja arqueada, y solo pude pensar en que nunca habíamos mantenido una conversación medianamente decente por tanto tiempo, y estaba empezando a perder la cabeza. Era tan guapo y alto, que bien podría perderme un rato en solo mirarlo.

¿Por qué soy así? ¿Puedo ser más predecible? No, no puedo.

—Ahí es donde te equivocas, Aiden, porque creo que eres tú quien no sabe llevar la fiesta en paz sin liarla.

—Solo en la mañana estabas gritando porque te ganaron el aparcamiento.

—Uno: no estaba gritando, y dos: tenía todo el derecho. Ese aparcamiento no es para motos.

—Es un estacionamiento escolar, Alexandra, nadie se da el tiempo de tomárselo tan en serio más que las niñas ricas como tú.

Los insultos sutiles eran cosa de todos los días entre sur y norte, pero en este momento era más consciente de lo delicioso que sonaba mi nombre en sus labios que del insulto sobre mi condición económica. No pude evitar imaginar lo maravilloso que sería escucharlo susurrar en mi oído mi nombre, haciendo algo más entretenido que hablar o discutir.

Diablos, King. ¡Concéntrate!

—Está bien, Aiden —comenté en un suspiro, sin estar dispuesta a dejar que se metiera más en mi cabeza de lo que ya hacía—. No voy a responder a eso porque hablo en serio sobre lo de llevar el aire en paz. Mira, necesito mantener mi promedio para entrar a una buena universidad, así como tú necesitas mantener el tuyo para tener una beca. Si nos peleamos, ambos perdemos.

—No puedo asegurarte que no me pelearé contigo, princesa.

Sabía que su tono condescendiente era completamente irónico, pero por alguna razón el hecho de que me llamara princesa sonaba demasiado bien en su voz.

—Vamos a hacer el intento entonces, Reed —rodé los ojos mientras me cruzaba de brazos—. ¿Qué días te parecen para trabajar?

—¿Los martes y los jueves están bien para ti?

—No hay problema.

Al parecer, ya todo el mundo se había enterado de la que había liado la señorita Tanner con su brillante idea, porque al parecer éramos el espectáculo del día, a juzgar por cómo todos estaban espiando nuestra conversación, probablemente esperando que en cualquier momento saltáramos por nuestras gargantas.

Estaba acostumbrada a la atención. Como animadora, parte del cuerpo estudiantil y usual cara visible de los eventos escolares, era una eventualidad recurrente, pero cuando hablaba con Aiden me sentía nerviosa, hecha un desastre, y tenía miedo de que todos los vieran con tan solo un vistazo. Peor aún: que Aiden lo viera. Eso no era nada como mi yo usual.

No sé qué me había poseído para decir su nombre. Amy era una buena chica, probablemente trabajaríamos bien y ninguna tendría más problemas con la otra que diferir en el libro del mes. ¿Qué esperaba entonces ganar con Aiden? Porque definitivamente el chico no se iba a colar por mi falda, y definitivamente pelearíamos un montón y trabajaríamos poco, algo que no le convenía a nadie en último año. No había por donde ganar, y aun así me encontraba extasiada por tener la compañía de Aiden exclusivamente para mí en nuestros momentos de trabajo.

Diablos, estaba tan perdida que dolía.

—Bien, martes y jueves digamos a las siete... uh, no puede ser en mi casa, y la biblioteca cierra a las siete.

—¿Por qué no puede ser en tu casa? —arqueó sus cejas hacia mí, y presentía que ya sabía la respuesta.

—Uh, nada especial, solo que mi mamá es un poco...

—Dilo como es, Alexandra. Si la señora King sabe que te están obligando a trabajar conmigo vendría a quemar la escuela y a amenazar con retirar sus tan generosas donaciones si no alejan a su hija del vándalo del sur, aunque no creo que sea tan necesario cuando el alcalde puede intervenir sin causar mayor revuelo. ¿No es así, King?

Quise defender a mi mamá, pero Aiden había dicho exactamente lo que yo pensaba que pasaría, y ni en mis mejores días encontraba razones para defender el comportamiento de mamá. Sin embargo, no tenía idea de que Aiden sabía que mi familia hacía donaciones a la escuela fuera del ámbito político de papá. ¿Cómo podía saber eso?

—No lo habría puesto en esas palabras —susurré, repentinamente cohibida. Era vergonzoso saber que no podíamos ir a mi casa porque mamá estaba traumada, o porque al igual que todos, pensaba que era una princesa con miedo a quebrar sus uñas y nada más.

—Pero ambos sabemos cómo es.

—Lo siento, no quería...

—Ahórrate tus disculpas, realmente no las necesito. Trabajaremos en mi casa.

Aiden iba a irse sin una mayor despedida, así que repentinamente aterrada de que nuestra conversación terminara así de mal, lo tomé de su brazo, deteniéndolo. Él miró mi mano clavada en su muñeca y luego a mí, con una ceja arqueada y una clara expresión de que el contacto físico conmigo no le parecía nada agradable, pero en todo lo que podía pensar era en que lo estaba tocando. Mi piel estaba haciendo contacto con su piel, y sentía cosquillas en el lugar en donde se unían.

Soltándolo rápidamente y sin entender qué me había poseído para creer que me había permitido tocarlo, comencé a balbucear.

—Sé que no te importa, pero no pienso como mi mamá.

—Tienes razón. No me importa.

—Y siento que tenga que ser así, Aiden —continué, ignorándolo—. Créeme, no es lo que quiero. Me gustaría que pudiéramos trabajar en ambas casas por igual.

—Déjalo, Alexandra. Realmente me da igual, hace mucho tiempo sé cómo son los de este lado de la ciudad.

Quería zamarrearlo para hacerlo entrar en razón, decirle que no todos éramos iguales y que no todos mirábamos la vestimenta o el auto de los demás, y por sobre todo, que no todos juzgábamos a las personas por el lado de la ciudad en la que vivían. Si así fuera, no estaría aquí con él, con la necesidad imperante de convencerlo de que yo no era como los demás. El problema era que quizá... yo era exactamente como los demás, o eso había estado demostrándole por tres largos años. No había forma de cambiarlo solo con palabras en solo una conversación. Yo era parte del problema cada vez que le seguía la corriente a los demás.

—¿Entonces quedamos mañana después de clases para elegir nuestro libro? —Pregunté en voz baja, mirando a todos lados menos a él.

—Como sea.

—Uhm... ¿me texteas la dirección o me la das mañana?

—Te la daré mañana.

The wrong side of town -  Parte I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora