Capítulo XXXVII

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Aiden

Alex me llevó por un recorrido exhaustivo de la casa, que era mucho más grande de lo que había esperado. En la escuela mucho se hablaba sobre las fiestas en este lugar, y sobre Alex como la anfitriona perfecta, pero definitivamente no había esperado que hubiera cinco habitaciones, tres baños y uno con jacuzzi.

—Esta es la habitación principal. Una vez, Tom Smith saltó por la ventana hacia la piscina y se rompió el tobillo. El pobre chico estaba tan ebrio que no reaccionaba. Pensamos que se había pegado en la cabeza y tuvimos que llamar a una ambulancia.

No me sorprendía en lo absoluto.

—Había escuchado el rumor, pero me pareció muy estúpido para ser cierto.

—Pues ahora sabes la verdad —se encogió de hombros y siguió caminando hacia la siguiente habitación—. Esta es mía. Aquí me quedo cuando venimos en familia.

Era la única habitación que tenía un poco de decoración. Estaba pintada de color celeste con cortinas y cobertores a juego, y algunas fotos adornaban la pared. No pude evitar notar la balanza a los pies de su cama, pero no dije nada al respecto.

El resto de las habitaciones no tomaron mucho tiempo, y el jacuzzi que había en uno de los baños era más grande incluso que los que había en Key West.

—Y bueno, ya viste la cocina y el living. ¿Cuál es tu veredicto?

—Me agrada —dije, aunque tantas habitaciones me mareaban un poco, era casi como estar en la versión rústica de la casa de mamá y su esposo.

—De seguro tienes hambre. Michael compró algunas cosas, así que podemos preparar algo que podemos comer.

—No tengo hambre —mencioné mientras miraba con atención mientras Alex se arreglaba su coleta.

—Entonces podríamos ir a ver el lago. Es tan hermoso de noche como de día.

—Vamos entonces.

Caminamos apenas unos pasos fuera de la casa para encontrarnos con el agua. El lago era enorme; tanto, que sin la guía de la luna apenas podía ver su principio y mucho menos su final. La sombra de Alex era difusa unos metros más adelante, pero su voz se escuchaba con claridad mientras hablaba.

—¿Qué te parece la vista?

Me acerqué a ella, mojándome los pies. El agua estaba helándome las entrañas mientras Alex lucía como si estuviera tomando una ducha caliente.

—Lo que veo parece genial.

Ella se rio, como si mi comentario le hubiera causado gracia, y sonaba natural, no como Alex riéndose en la escuela, intentando no sonar muy fuerte como para ser poco femenina ni demasiado despacio como para no ser escuchada.

—Cuando sea de día lo podrás apreciar mejor —me miró y sus ojos azules brillaban en la oscuridad—. Es una pena que no haya luna llena, porque es un espectáculo digno de admirar.

—Tomaré tu palabra por ello.

—¿Quieres jugar un juego?

—¿Un juego? —la miré extrañado.

—El primero que cae al agua prepara la cena.

—Tienes que estar bromeando —sonreí sin poder evitarlo.

—¡Claro que no! Las reglas son simples: debes hacer que el otro caiga al agua.

—No es que no vaya a disfrutar ver cómo te congelas el trasero, pero por si no te habías dado cuenta, mides treinta centímetros menos que yo y además pesas treinta kilos menos. ¿Cómo crees que terminará eso?

The wrong side of town -  Parte I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora