Capítulo XXIII

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Cuando llegamos con Ashley al callejón de Green Valley el jueves a las 8, el silencio sepulcral nos invadió. Había un olor a sangre y a orín en ese lugar que espesaba el aire, y podía sentirlo erizando mis vellos.

Podía ver que Ashley estaba asustada. Joder, yo lo estaba también, pero demostrarlo solo empeoraría la situación. Uno no jugaba con Devil King, y tampoco le fallabas.

Eso era tan serio como un balazo en el pecho.

Literalmente.

Estando dentro de la SUV prestada cuya maleta estaba llena con 97 kilos de marihuana, me sentía un poco perdido, pero si había algo que siempre iría delante del miedo era el proteger a mis amigos. No podía hacer entender a Ashley sobre las tendencias autodestructivas de su padre que la arrastraban a ella de paso, pero sí podía acompañarla y esperar a que las cosas fueran mejores. Jamás dejaría a mi mejor amiga deambular sola por estos lados, y menos con tipos de tan dudosa reputación: distribuidores del lado oeste, un escalón más abajo que Devil King pero casi igual de peligrosos.

—Están acá —Ash asintió hacia una camioneta negra, de la cual a los segundos descendieron cinco tipos y uno que yo conocía bien.

—Es Jaime —murmuré.

Ash asintió. Ya habíamos hecho entregas a Jaime, y si todo estaba en orden eran una buena jugada. Siempre podías arriesgarte a quedar en fuego cruzado y lo de matar al mensajero se volvía una gran realidad, pero con Jaime no habría problemas a menos que no cumpliéramos.

Subí las luces hacia ellos, avisándoles de nuestra posición, un gesto que ya estaba acostumbrado a hacer en estas situaciones. No era mi primera ni mi última vez ayudando a distribuir droga, después de todo, era lo que los del sur estábamos condenados a hacer.

Ninguno de los hombres despegó su vista de nosotros mientras nos movíamos a la parte de atrás de la camioneta para coger los bolsos con la droga.

Nos acercamos a paso decidido con los bolsos. Nadie jugaba con Devil King, así que no era eso lo que nos preocupaba, sino la reacción inesperada de un montón de adictos a algo más fuerte que solo marihuana.

—Las bolsas —ordenó Jaime.

Ashley y yo tiramos las cuatro bolsas negras frente a él. Los esbirros a sus lados se inclinaron hacia ellas y asintieron cuando revisaron que el contenido era el esperado.

—Espero que esté todo —murmuró Jaime con un tono tan bajo como amenazante.

—Sabes que el Rey no mancha su negocio, Jaime —murmuró Ashley.

Él la miró con una sonrisa y pareció pasar una eternidad antes de que les diera a sus hombres la señal para entregar el dinero. La forma en la que miró a Ash me hizo agradecer que me hubiera contado de esto para haberla podido acompañar.

Los bolsos llenos de dinero pesaban incluso más que la marihuana. No tuvimos que contarlo porque nadie era tan estúpido como para fallarle a Devil King en su cara, menos sabiendo su identidad. Jaime sabía mejor que eso, y también nosotros.

Cuando ellos se fueron y con Ashley estuvimos seguros dentro de la camioneta, dejamos escapar el aire que no sabíamos que estábamos conteniendo.

—Eso salió bien —murmuró.

—Sí. Entre más rápido nos vayamos, mejor.

Di vuelta en la camioneta y las llantas hicieron un estruendoso ruido contra el pavimento por la brusca aceleración. Ashley suspiró y se puso el cinturón, mirándome un poco apenada.

—Sabes que no quería meterte en esto —murmuró despacio.

—Me he metido yo solo, Ash. Jamás dejaría que te encontraras con esos tipos tú sola.

—Tengo mucha suerte de tenerte, Aiden.

—La tienes, Ash. Yo tengo suerte de tenerte también.

Manejamos el resto de camino en silencio, con el suave ruido de música country de fondo. Ashley se quedó dormida y yo me quedé solo con la luna y la carretera vacía en frente.

Cuando finalmente llegamos a casa de Ashley, su padre de nuevo no estaba. James Rhodes era peligroso cuando no estaba en medio de la madrugada, porque siempre volvía con algún tipo de represalia que cargarle a su hija y de la que nos tendríamos que hacer cargo eventualmente. Ash amaba mucho a su padre como para convencerse de que no era su responsabilidad, y yo jamás dejaría de apoyarla incluso en situaciones que podrían costarme no solo mi carrera como futbolista, sino que la libertad, incluso si el hombre que se hacía llamar su padre seguía utilizando como excusa la muerte de su esposa hace dos años para hacer estupideces.

—Nos vemos mañana en la escuela, Aiden —Ash me dio un beso en la mejilla.

—Nos vemos, Ash.

Cuando llegué a casa y cogí mi celular, tenía aproximadamente 10 llamadas perdidas de Alex y muchos mensajes enojados.

Me había olvidado de que hoy nos veríamos en su casa, por completo. Había estado tan preocupado por la entrega que ni siquiera tuve la decencia de cancelar, pero después de lo exhausto que me sentía, tampoco tenía ganas de escuchar los sermones de Alex.

Suspirando, marqué su número. Alex me respondió al segundo tono.

—Veo que no estás muerto, lo cual es una pena porque era la única excusa que aceptaría para que me dejaras plantada. Si no querías aparecerte por mi casa podrías simplemente haberlo dicho y...

—¡Alex! —la interrumpí, un poco cansado por todo—. Lo siento, ¿de acuerdo? Lo olvidé por completo, pero tuve que hacer algo.

—¿Y qué fue ese algo?

—No puedo hablarte de eso

—¿Es en serio, Aiden? Pues deberías, porque me afecta directamente.

—Joder, King, nadie va a morirse por un día perdido.

—¡Yo sí! Tengo mi rutina estrictamente organizada y te has metido con ella y ahora prepotentemente me dices que no puedes hablarme de ello.

Gruñendo, tuve que respirar profundo para calmar mi ira. Alexandra King vivía en una burbuja. Una chica como ella jamás tendría que vender droga porque su papi era un adicto, jamás tendría que enfrentar ningún tipo de peligro más que sus uñas rompiéndose y la odiaba por ello, pero más la odiaba porque jamás sería capaz de entenderlo.

—Lamento haberme metido con tu jodida rutina, King, pero ha sido una emergencia y tu rutina de mierda no me podría importar menos.

Hubo un silencio en la línea, y luego un chasquido.

Y Alex no peleó de vuelta, no dijo absolutamente nada. Solo cortó.

Me quedé con el celular en la oreja unos segundos antes de soltarlo. Me estaba preparando para la inminente pelea, pero Alex no la dio.

Estaba consciente de que me estaba comportando como un capullo con ella, pero sinceramente no me podía importar menos en este momento.

Eso no evitó que me sintiera culpable toda la noche y me picaran los dedos por llamarla y disculparme, pero seguía demasiado agotado para eso.

The wrong side of town -  Parte I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora