Capítulo 57

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Mikhail


Me he pasado todo el día tirado en el sofá de Mama Rose, aletargado, perdido en mi cabeza, buscando una solución que no logro encontrar para el gran problema que me ha causado mi hermana.

Para rematar, me siento horriblemente mal por haber dejado a Adán solo en nuestra última noche viviendo juntos. Pero no puedo dejar que me vea así y que se agobie y preocupe más por culpa de las malas decisiones de Masha.

Dios... Daría cualquier cosa por estar con él ahora, por abrazarlo y sentir su olor. Pero vuelvo a pensar en que podría perderlo y... Siento que quiero hasta morir.

El timbre suena. Rose va a abrir.

Me ha dejado todo el día tranquilo, pero ha ido y venido varias veces, supongo que intenta encontrar el dinero hasta debajo de las piedras. Es un ángel hecho persona.

—¿Qué haces tú aquí? —La oigo decir.

—Ne-necesito ve-verlo.

—¿Adán...? —susurro, incorporándome de golpe.

—Ahora no es un buen momento. Misha está...

—Lo sé... todo —interrumpe él sin aliento—. Te-tengo que... que...

—Respira, querido. Anda, pasa.

Tiemblo al pensar en que me vea tan asustado.

Entra a toda prisa. Cuando nuestros ojos se cruzan, creo sentir que todo era una pesadilla y he despertado, pero, en un segundo vuelvo a la realidad.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, luchando por mantenerme sereno.

—Te esperé... Ya no podía más...

No sé ni qué decirle.

—Siéntate, bombón —le invita Rose, pero se queda de pie.

—Lo sé todo —dice apresurado—. ¿Por qué no me has dicho nada? ¿Por qué me has dejado de lado?

—No quería, pero... Es que... Es mi problema.

—Pero mi sitio está a tu lado. Ya no estás solo.

Agacho la cabeza, la cual sujeto con las manos después de apoyar los codos sobre las rodillas. Tengo que hacer un esfuerzo titánico por no echarme a llorar.

—No sé qué hacer...

Adán se acerca y arrodilla ante mí. Siento su mano en mi nuca y un beso en la sien.

—Deja que te ayude.

—No puedes... No hay tiempo para...

—Puedo conseguir el dinero.

Lo miro y niego con la cabeza.

—No puedes... Ese dinero te haría cómplice de...

—Me da igual.

—¿Cómo que...?

—No importa, porque sé que es lo correcto si eso te salva.

Con la mano temblando, le acaricio la mejilla. ¿Puede ser más bueno? Creo sentir que ya me ha salvado. Por lo menos, me ha sacado de la soledad.

—¿De dónde lo sacarías? Porque no quiero que te gastes tu dinero en esto, y menos quisiera que hagas algo que...

—Tranquilo. Saldrá de la casa.

—Pero ese dinero es tu...

—Ese dinero no lo quiero. —Me mira fijamente, muy convencido—. La casa no significa nada. Bueno, sí, dolor y más dolor. Si me la saco de encima, y con ello te ayudo, por lo menos, me sentiré más ligero.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now