Capítulo 14

98 16 2
                                    

Adán


«¿Qué... has... hecho?», me pregunto sin apartar la vista del móvil. Quedar con Mikhail es mala idea, muy mala. O... quizá no. ¿Por qué iba a ser mala? Quedar por trabajo no es para tanto.

—Soy un idiota —gruño por lo bajo, cruzando los brazos sobre la mesa y escondiéndome, posando la cabeza sobre ellos.

No he podido resistirme. ¿La razón? Ni idea, simplemente he tenido la necesidad de pedirle que me acompañe. Será que tengo ganas de un cambio de rutina y él me parece un hombre interesante, nada más. «Es lo más lógico», me repito varias veces. No quiero nada con él, y sería imposible que él quisiera algo conmigo, seguro.

—¿Todo bien? —pregunta Lola algo preocupada, seguro.

—Sí, sí. Lo siento —indico, enderezándome, mirándola con una sonrisa nerviosa—. Es una tontería. ¿Necesitabas algo?

—Te he mandado al correo las fotos que hemos seleccionado —responde mientras me escruta con la mirada—. Te he puesto los retoques que quiero en cada una, como siempre.

—Ahora me pongo a ello.

—Por cierto...

—¿Sí?

—Aún no está del todo confirmado, pero, si todo va bien, lo más seguro es que te consiga colocar para que seas uno de los fotógrafos que vayan a París.

—¿E-en serio? —La miro incrédulo y sin saber qué más decir.

—Claro. ¿Por qué te crees que te tengo de trabajo hasta arriba? —Me sonríe con picardía—. No es porque te odie; le he demostrado al jefazo que eres digno de los mejores trabajos.

—Pe-pero yo... no... —tartamudeo, deseando decirle que no sé si podré estar a la altura.

—Eres el mejor —sentencia segura de ello—. Has estado recuperando el ritmo. Has demostrado que tu trabajo te importa pese a todo. Te mereces una recompensa por todo ese esfuerzo; quiero que el jefe te ascienda a lo más alto.

—Gra-gracias —logro decirle—. Daré lo mejor de mí.

—Sé que lo harás. —Me posa la mano en el hombro unos segundos y se marcha.

Me siento feliz al ver que Lola confía en mí, que me tiene en estima. Por ello, trabajo con más ganas, tantas que, cuando llega el fin de la jornada, he adelantado bastante el curro y ni me había dado cuenta.

Recojo todo y me voy a la parada del bus. Quiero pasar por casa y darme una ducha antes de salir, como también vestirme con algo más casual, que no quiero que Mikhail se piense nada raro.

—Idiota —me bufo por lo bajo.

Al acabar, le mando la ubicación de mi casa a Mikhail y le digo que, cuando quiera, puede venir.

Estoy nervioso y no sé la razón. Intento distraerme con el trabajo, que me lo he llevado a casa; el hecho de no tener vida social es la excusa perfecta para hacer horas extra.

Suena el timbre y doy un respingo. Voy a abrir con tantas prisas que no cierro lo que estaba haciendo.

—Buenas noches —me dice Mikhail con una bella sonrisa.

—Bu-buenas —respondo, recriminándome por dentro ser tan estúpido—. Tengo que... ¿Quieres pasar? Será sólo un minuto.

—Claro —acepta amable.

Me acompaña al salón. Le invito a sentarse en el sofá mientras yo guardo el trabajo y espero a que todo esté correcto, puesto en su sitio y se cierre el programa y se apague el ordenador.

La tentación de AdánWo Geschichten leben. Entdecke jetzt