Capítulo 70

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Adán


Estaba triste o, más bien, asustado al recordar todo aquello por la conversación con Julio, pero ahora... Mikhail me está devolviendo a la hermosa realidad con sus besos. No sé lo que le estará pasando por la cabeza, ya que está siendo realmente tierno; supongo que sólo quiere amor, en su manifestación más inocente, algo de lo que no me quejo.

Me quedaría así hasta el fin de mis días. Estoy tranquilo, me siento a salvo, amado... ¿Puedo pedir más? No lo sé, ni me importa, porque con lo que tengo soy feliz.

El único problema es que, abrazados, acariciándonos y besándonos tanto rato, nuestros cuerpos no quieren respetar la necesidad de sólo mimarnos.

Mis manos, como si tuvieran vida propia, acaban desanudando el cordón de su pantalón, un deportivo que usa a modo de pijama. El ritmo suave de nuestros besos no cambia pese a que ya estoy dentro de la prenda, tocando su piel, porque no lleva calzoncillo.

Él está derrotando a cada botón de mi camisa. Cuando el último cae, sus dedos recorren mi pecho sin prisas, erizándome la piel.

Nuestros labios siguen pegados. Aunque, con el paso de las caricias, esos besos dulces están siendo más intensos, pero seguimos sin prisas, jugando con las lenguas, mordiéndonos sutilmente, huyendo antes de tocarnos...

Mikhail se estremece cuando mis dedos se cuelan entre sus nalgas. La yema del corazón roza su intimidad, haciendo que él suspire sobre mi boca.

Cuando sus besos cesan para gemir con mucha sutileza, cazo su labio inferior con los míos, pidiéndole que siga besándome.

Con delicadeza, pellizca mi pezón, arrancándome la voz. Mira allí donde aprieta, suspirando cuando tira con un poco más de fuerza.

Gruño casi como un lamento, aunque es de gusto, y me tenso por la sensación de leve dolor placentero.

Al sentir que juega con más ahínco, yo respondo del mismo modo. Despacio, invado su interior con el dedo. Entro y salgo, buscando sus movimientos involuntarios y sus suspiros.

Ese rato de tentarnos y saborearnos, nos lleva a lo inevitable. Mi ropa le molesta, y a mí la suya. Tiro de la camiseta que usa a modo de pijama; se aleja para acabar de retirarla, dejándola por la cama. Después, se coloca sobre mí, quedando arrodillado entre la parte más baja de mis piernas; sólo le preocupa llegar a mi cinturón. Poco después, estoy sin pantalones.

Mikhail coge mi pie. Besa el empeine, marcando bien el gesto. Sube y besa en la espinilla. Sube un poco más y besa la rodilla. Acaricia la pierna con ambas manos en esa ascensión. Y sigue subiendo, dejando en mi piel sus besos intensos, y algún bocado travieso de vez en cuando. Siento al fin sus manos en la goma del calzoncillo mientras sus labios besan mi erección sobre la tela, que desaparece cuando él desea mimarme. Es muy dulce, mucho, como nunca antes lo ha sido. Casi me parece sentir mi piel fundiéndose bajo sus labios, que son tan cálidos...

Acaricio sus cabellos, perdidamente enamorado de esa escena tan lasciva. Sus ojos claros, azules como un cielo de verano, me contemplan mientras besa mi miembro. Llevo las manos a las sábanas, retorciéndolas mientras siento como lo desliza suavemente dentro de su boca.

Hoy, por alguna razón, lo siento más intenso. Tanto como para retorcerme.

—¿Paro? —susurra, manteniendo mi erección sujeta con la mano para darle algunos besos.

—S-sí...

—¿Estás bien?

Asiento.

—Es que... casi...

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now