Capítulo 17

89 16 5
                                    

Mikhail


Acabo el último servicio y me dirijo a casa a ducharme antes de ir a La vie en Rose. Sentir como el agua tibia cae sobre mí, recorriendo palmo a palmo mi piel, es relajante, y quizá la única alegría verdadera del día; me gusta tomarme mi tiempo, limpiar bien y con paciencia, porque, si no lo hago a conciencia, me siento sucio; aunque, de todos modos, nunca me sentiré bien con el trabajo que hago.

A veces, pienso en cómo sería mi vida si hubiera acabado ejerciendo en la calle; incluso después de tantos años en una buena posición, siento que esa idea es aterradora, que, dentro de lo malo, aún tuve suerte, una suerte llamada Mama Rose.

Salgo del baño con la toalla en la mano al oír el teléfono; es el terminal personal, por eso quiero responder. Descuelgo y pongo el altavoz mientras me voy secando.

—¿Sí?

—Misha, mi cielo —dice Mama Rose algo inquieta.

—¿Qué pasa?

—¿Te acuerdas del chico ese que te presenté? El francés.

—¿André? —pregunto casi seguro y tono de desgana.

—Ese.

—¿Pasa algo con él?

—Hoy ha venido con Adán.

Me tenso. «Cálmate», me digo, recordándome que él es libre, que no es asunto mío lo que haga y con quien lo haga, aunque André me crispa, y temo por Adán.

—Trabajan juntos; me parece normal que salgan de vez en cuando a tomar algo —indico, disimulando lo poco que me agrada el asunto.

—Eso pensaría yo, pero Adán estaba mal —me cuenta preocupada—. Se ha marchado con prisas y mala cara.

«Ese hijo de puta... Como haya tratado a Adán del mismo modo que lo hizo conmigo...», pienso, manteniendo la ira a raya.

—No es por nada, pero ¿a mí qué me cuentas? —respondo, bastante dolido por tener que distanciarme de Adán y de mis sentimientos.

—¿De verdad me vas a venir con esas? —sentencia con enfado.

—Es que no sé qué quieres que haga. No es asunto mío.

—Podrías intentar hacer un amigo por lo menos, ¿no? —espeta molesta—. Te dije que no era bueno que siguieras así; deja de aislarte de todos. Adán está a gusto contigo, ¿no te vale eso?

«No quiero sentir nada por él», me digo con tristeza.

—No, creo que no —respondo sin saber ni qué sentir.

—Misha, por favor...

—¿Por qué insistes tanto? ¿Por qué te preocupa él? —estallo, odiando que me haga pensar más en el asunto—. Sé que crees que sabes lo que necesito, pero en esto...

—¡Ve a verle y déjate de tonterías! —grita airada; a veces me olvido de que tiene muy mal genio cuando le llevo la contraria—. Llevo media vida cuidando de ti, y sé mejor que tú lo que quieres y necesitas, porque eres un idiota; deja de cerrarte, deja de amargarte; bastante dura es la vida que elegiste vivir, no lo empeores, y ni se te ocurra alejar a ese hombre.

Me ha colgado sin darme la oportunidad de replicar.

Suspiro resignado. No puedo negarme nunca a lo que me pide; siempre tiene razón, y, siempre que le he hecho caso, las cosas me han ido mejor. Cuando actúo por mi cuenta, suelo boicotearme; supongo que es porque no me enfrento a los problemas y prefiero fracasar en todo; a la larga, es lo cómodo.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now