Capítulo 30

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 Adán


Me ha tocado levantarme temprano. Pese a lo que me costó dormir, logro empezar la mañana con bastantes energías. Creo que es porque no dejo de pensar en las ganas que tengo de hablar con Mikhail y hacerlo oficialmente como novios; pero no lo llamaré hasta mediodía, ya que no sé la noche que habrá pasado, y prefiero esperar, no fuera a molestarle, que es muy temprano.

Desayunamos en el hotel; estamos todo el equipo, por lo que me toca tener a André al lado dándome charla y lanzándome «indirectas». Me muerdo la lengua; no puedo decirle que estoy con Mikhail, que paso de él y que no me fío de sus intenciones, ya que tengo que mantenerme profesional, dejar los malos rollos, por ahora, e intentar centrarme en lo que importa, que es en trabajar.

Con la Semana de la Moda, París está a rebosar de diseñadores, modelos, periodistas... Hay bastantes desfiles programados para la semana que viene, pero la antesala es hablar con los protagonistas, intentar sacar primicias, disfrutar de desfiles de diseñadores que intentan abrirse camino en el mundillo...

Lola quiere hacer varios reportajes estos días sobre esos desconocidos que luchan por salir a la luz, así que hoy toca ir a un par de citas con dos diseñadores; mientras los reporteros hacen las entrevistas, a mí me toca fotografiar las prendas que deseen mostrar.

Un trabajo que suena tan simple, nos lleva varias horas; entre cambios de ropa, maquillaje y peluquería... Toca tener paciencia.

Para la hora de comer, hemos acabado con la primera cita, así que puedo descansar. Quiero llamar a Mikhail, pero primero llamo a Fran. Me he separado del grupo; el restaurante está al lado del Sena, así que he aprovechado para disfrutar de las vistas.

—«¿Qué pasa, macho?» —exclama al descolgar—. «¿Cómo ha ido el viaje? ¿Ya estáis de curro?».

—Buenas —saludo con buen humor—. Pues sí, ya estoy currando.

—«No os han dado ni un día de paz».

—Es lo que hay...

—«¿Cómo vas?».

—Bien; al final hablé con él —indico algo tímido; me da algo de vergüenza hablar de esto aún, ya que me siento tan idiota como un chavalín enamorado.

—«¿Sí? ¿Y qué tal? Cuenta, cuenta» —espeta emocionado.

—Le pedí que dejáramos fluir el tema, pero al final...

—«Te lo has tirado» —interrumpe casi canturreando; está realmente feliz.

—No suena muy fino, pero... sí —afirmo casi riendo.

—«¿Y cómo habéis quedado?».

—Cuando vuelva, tendremos nuestra primera cita como novios.

—«Qué bien, tío; me alegro muchísimo». —Suena contento, pero sobre todo aliviado.

—Aún tenemos cosas de las que hablar, pero esto lo hemos dejado claro.

—«La putada es que te has tenido que ir justo ahora».

—Calla, que me habría quedado...

Fran ríe divertido.

—«Nunca cambiarás; me imagino que te habría encantado quedarte en casa, acurrucadito en el sofá con él sin hacer el huevo».

—Habría estado bien, la verdad.

—«Ya tengo ganas de que vuelvas y saber qué tal os va».

—Yo también las tengo... Bueno, te tengo que dejar, que se acaba la hora de comer.

—«Vale. Disfruta del viaje, del curro y llama a tu amorcito» —dice con burla al final, aunque sé que está muy feliz por mí y hasta tan emocionado o más que yo.

Me despido de él y pienso que sí, que he de llamar a Mikhail; espero que no esté muy hecho polvo, que haya podido descansar y que haya visto mi nota.

De golpe, siento un empujón por la espalda y mi móvil vuela hasta aterrizar en el agua.

—¡No! —exclamo con una mezcla de cabreo e incredulidad.

Oh, mon Dieu! Pardon, pardon. —Un chico me mira con angustia tras el choque.

Le digo que da igual, que no se preocupe, que ya no hay nada que hacer. Me ofrece dinero, pero rehúso; el teléfono tenía unos años, no tengo problemas para cambiarlo y todo lo importante estaba en la nube, así que, con una sonrisa amable, logro convencerlo de que no se preocupe más, y se marcha con prisas, porque parece que de verdad tiene que ir a alguna parte con premura.

—¿Puedo tener más mala suerte?

Vuelvo al restaurante. Están con el café.

—¿Y esa cara? —me pregunta André.

—Mi móvil está buceando en el Sena.

—¡¿Qué?! —exclaman todos, algunos con risas contenidas, aunque les sabe mal, pero es que mi torpeza, algunas veces, no tiene límites.

—Se ha chocado conmigo un chaval con prisas y, ¡pum!, voló. —Me siento en mi sitio y suspiro resignado.

—Si necesitas llamar a alguien... —André me sonríe con coquetería, creyendo que se puede aprovechar de la situación.

—No, gracias, cuando llegue al hotel ya llamaré desde allí.

—Como quieras.

Sé que André tiene el número de Mikhail, así que podría llamarle sin problemas, pero no me fío de que, pese a que yo borraría la llamada, André no mire los teléfonos en la factura. He de ser cuidadoso con él.

Pasada la hora de la comida, toca volver al trabajo, así que he de esperar para poder hablar con Mikhail, y eso que me muero de ganas de oír su voz, es más, habría hecho una videollamada para verle, porque es lo que quiero ahora, verle y disfrutar de sus preciosos ojos verdes, de su hermosa sonrisa tan sincera y encantadora...

Suspiro resignado.

Trabajo con menos alegría, pero con la misma profesionalidad. Aguanto toda la tarde sin tirarme de los pelos por la impaciencia.

—Adán, Adán —me llama Ainhoa, una de las reporteras.

—¿Mm? —La miro esperando que prosiga.

—Nos vamos a tomar algo, ¿te vienes? —pregunta con ilusión.

«Quiero llegar al hotel ya», pienso a punto de negarme, cuando llega André.

—Tienes que venirte —insiste él con cara de súplica—. Nos vamos todos a disfrutar de la noche parisina.

—Ya, pero...

—Va —exclama Ainhoa, que me coge del brazo—. Mañana por la mañana no tenemos trabajo, así que aprovechemos. Lola también viene, así que si la jefa lo hace...

—Vale... Está bien... —cedo al fin con resignación, logrando la alegría de ambos.

Muy a mi pesar, me quedo sin poder hablar con Mikhail por unas horas más.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now