Capítulo 38

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Adán


Me he pasado tres o cuatro horas soportando la crueldad de André; no ha dejado de hablarme de Borja, haciéndome lo que ambos hacían, y ha disfrutado mucho al verme tocar fondo, tanto física como psíquicamente.

No puedo ni moverme; me duelen el cuerpo y el alma, y ya no encuentro ni sentido a la vida, al amor o a la confianza.

André se ha levantado, se ha duchado y vestido sin prisas. Cuando ha acabado, se ha sentado a mi lado; sigo bocabajo, con la cara contra la almohada.

—Nunca olvides que Borja no fue tuyo, también me pertenecía a mí. Y tú... Bueno, ha sido un placer demostrarte lo lejos que estabas de poder complacerle. —Me da un último cachete en la nalga y se aleja—. Ah, y no olvides darle recuerdos a Mikhail de mi parte; seguro que le gustará compartir experiencias contigo. —Se va entre risas.

Tardo bastante en moverme. Me cuesta un mundo levantarme, porque me duele todo. Logro meterme en la ducha y sacarme el olor de ese desgraciado de encima.

Ni pienso en mirarme en el espejo cuando acabo. «Estaré como Mikhail», pienso con angustia; no puedo dejar de pensar que André le hizo aquello para alejarlo de mí, para castigarlo por estar conmigo. Sólo quiero pedirle perdón a Mikhail por meterlo en mi vida de mierda; él no se merecía sufrir por mi culpa, y menos cuando quería alejarse y yo no le dejé.

Sólo tengo ganas de llorar, y acabo en el suelo del baño, envuelto con la toalla, odiando a Borja por traicionarme, por dejarme solo y haber metido a un jodido lunático en su vida, haciendo que acabara en la mía.

Tras desahogarme, me pongo un calzoncillo, y lejos de querer hacer algo como sería partirle la cara a André o denunciarle, sabiendo que no puedo hacer nada, arraso con el minibar. El sol sale cuando yo ya no sé ni mi nombre; me he olvidado hasta del trabajo. Estoy en el suelo, a los pies de la cama, rodeado de botellines.

—¡Adán! —Oigo a lo lejos, junto con varios toques en la puerta.

—Esto no es normal.

—Iré a pedir que abran.

Pasados unos pocos minutos, siento una mano sobre mi rostro.

—Madre mía —musita Lola a mi lado—. Adán, va, reacciona.

—¿Qué... le ha...? —Ainhoa suena aterrada.

—Será mejor llamar a un médico, ¿no? —pregunta Pedro.

—Yo me ocupo de él —apunta Lola—. Necesito que vayáis abajo y no digáis nada, ¿estamos?

—Sí, pero...

—Ni pero ni hostias —exclama, interrumpiendo a Ainhoa—. Si alguien más se entera, ¿a ver cómo le explicamos esto al jefe?

—Podría meterse en un lío —le dice Pedro a Ainhoa.

—Antes de que se corran rumores —prosigue Lola—, quiero saber qué ha pasado para que Adán no acabe en la calle, ¿entiendes?

—Sí, cla-claro —responde inquieta.

—Nos ocuparemos de todo —asegura Pedro.

—Cuento con vosotros.

Pedro y Ainhoa se van, dejándome con Lola. Yo sigo en un limbo de alcohol, dolor y pesares.

—Deja... que me... echen —musito, sintiendo que lo único que hago es molestar.

—Claro, hombre, en eso estoy pensando —murmura, haciendo el esfuerzo de levantarme; logra ayudarme a llegar a la cama y a tumbarme.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now