Capítulo 5

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Mikhail


Tras un día de trabajo, tan insustancial como de costumbre, vuelvo a mi apartamento. Pese a la imagen que suelo dar en el negocio, ni mucho menos vivo como un rico. Sí, llevo ropa y complementos caros, pero es fachada. Mi mundo es sencillo, porque ahorro todo lo que puedo para cumplir un sueño que, pese a los años, aún espero que se haga realidad.

No hay nada mejor que una ducha en casa, ropa cómoda y mi viejo sofá, donde me acomodo antes de encender el televisor; mi aspecto de hombre elegante y sofisticado se queda en el perchero del recibidor, así que me pongo el partido de baloncesto y animo a mi equipo con ganas de verlo ganar, aunque no pinta bien.

El sonido del teléfono me obliga a poner la tele en silencio. Es el terminal del trabajo, así que resoplo con agotamiento. Miro el número; no lo reconozco, por lo que deduzco que es un cliente nuevo. Me da mucha pereza, y hay días que lo apagaría, pero sin clientes no cobro, y te pueden llamar para cualquier «urgencia», así que me toca responder.

—¿Sí? —pregunto sin muchas ganas; a estas horas no me apetece mantener las apariencias.

—«¿Ho-hola? ¿Mi-Mikhail?» —preguntan con timidez al otro lado.

Esa voz... No puedo creerlo al escucharla y, por unos segundos, me quedo sin palabras. «Mama Rose siempre acaba teniendo razón», pienso junto a un suspiro de resignación.

—Sí, perdón... —carraspeo y vuelvo a mi estado de galán de profesión—. Estoy a tu entera disposición.

—«Qué frase tan tópica, ¿no?» —se burla, riendo con sutileza.

—No me digas que así no logro encandilarte. —Río del mismo modo; Adán es tan espontáneo...

—«Invítame a más vino caro y, quizá, podrías hasta caerme bien».

—Vaya... —aguanto la carcajada y me reconozco a mí mismo que he perdido la batalla.

—«No me digas que te he dejado sin palabras».

—La otra noche, no me pareciste tan... ¿directo? —digo, encantado con este momento divertido; no suelo tener clientes que pretendan hacerme reír.

—«Es la primera vez que dejo a alguien desconcertado».

—Reconozco que no estoy acostumbrado a que me dejen sin habla.

—«¿Entonces me harás descuento por hacerte trabajar menos?».

No logro evitar dejar escapar la risa. El tono de burla, enmascarado con inocencia, me puede.

—Si siegues así, acabaré por pagarte yo a ti.

—«Nah, lo mío es por amor al arte».

—Lo mío también; por el arte de cobrar.

Adán ríe.

—«Qué malo».

—Ya, tampoco estoy acostumbrado a contar chistes —indico con cierta vergüenza, un sentimiento con el cual tampoco estoy muy familiarizado.

—«Encauzando el motivo de la llamada... Sé que es tarde y no quiero molestar más de lo debido».

—Tranquilo, es mi pan de cada día. ¿Para qué cuándo quieres la cita?

—«Para el domingo si puede ser».

—Bueno es que, en teoría, es mi día libre.

—«Vaya... Bueno, ¿y si te ofrezco el doble?» —indica bastante nervioso y ¿desesperado?

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now