Capítulo 39

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Mikhail


Fran me llamó por la mañana para vernos a mediodía. Me mandó la dirección, y, muy puntual, me presento en el bar de tapas; un local pequeño, pero lleno, por lo que deduzco que la comida y el servicio deben ser buenos, porque las mesas están a rebosar de platos que los clientes degustan felices.

—Hola —digo nada más llegar junto a Fran—. Gracias por aceptar verme.

—Buenas —indica, señalándome la silla con un gesto de cabeza. No luce buena cara, y su tono es seco, así que pienso que está enfadado conmigo.

—Siento molestarte —apunto con pesar.

—¿Qué ha pasado con Adán? —Me mira serio y fijamente.

Le hago un resumen. Fran niega con la cabeza y suspira.

—¿Cómo ha podido complicarse todo tanto? —pregunta para sí.

—Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero quisiera verle.

—¿Para qué?

—Para pedirle perdón a la cara, y si quiere partírmela, está en su derecho, pero se merece más por mi parte.

—Ya, bueno... Tú no eres el único problema igualmente.

—¿A qué te refieres? —indago inquieto, porque parece preocupado y molesto por algo más.

—He hablado con Lola, la jefa de Adán —cuenta casi sin sentimiento.

—¿Él... está bien?

—¿De verdad te importa?

—Sí, claro que sí; que yo sea gilipollas no significa que no sienta al... que no me preocupe por él.

Me mira por unos segundos de tensión y silencio incómodo.

—Quiero saberlo todo de ti.

—¿Qué...?

—Quiero saber la puñetera razón que te ha llevado a hablarle mal a mi mejor amigo, a mi hermano si me pongo serio.

Asiento. Entiendo que quiera saberlo todo antes de decidir si me dará la oportunidad de hablar con Adán, así que, sin tapujos, le cuento todos y cada uno de esos pequeños traumas que han acabado siendo uno más gordo.

—Mm... —gruñe cuando acabo, parece que disgustado—. La verdad es que quería mandarte a la mierda, pero...

—Entonces..., ¿me ayudarás a quedar con Adán? —pregunto esperanzado.

—Sí, pero antes hay otra cosa de la que hablar.

—Claro, lo que sea.

—Lola me ha dicho que volverán el domingo.

—Ya queda menos —susurro para mí. «Cuatro días y podré verle», pienso con impaciencia.

—Después de hablar con ella, he tenido una charla con Adán. —Su mirada parece encenderse.

—Algo no ha ido bien, ¿verdad?

—Creo que es algo que deberías hablar con él directamente.

—Pero... ¿él está bien?

—No.

Trago con angustia.

—¿André... le ha...?

—Le he prometido que iría el lunes a verle —prosigue, eludiendo el responder—. Pero creo que prefiero que vayas tú antes. —Saca un conjunto de llaves del bolsillo, quita una de la anilla, la deja en la mesa y me la acerca.

—¿Por qué? ¿Qué le ha pasado?

—Es la llave de su casa.

—¡Dios! ¿Me vas a contar algo? Me estoy volviendo loco —espeto, perdiendo la compostura, pero dejándole claro que ya no puedo más con la situación.

—Me cuesta decirlo, pero no puedo cuidar de mi amigo ahora mismo.

—¿Por qué?

—A Adán le han roto más que el corazón; la última esperanza de poder confiar en alguien te la dio a ti.

—Y la jodí.

—Sí, pero aún podrías devolvérsela —dice con pesar—. Yo no puedo darle lo que necesita. Él siempre ha sido un romántico, siempre soñó con tener una familia, alguien con quien compartir la felicidad..., pero lo que obtuvo a cambio...

—¿Me estás diciendo que intente volver con él?

—Sí —afirma seguro.

—Pero ¿te ha quedado claro que soy un gilipollas?

—Sí.

—¿Entonces...?

—No sé, pero después de saber los motivos por los cuales eres como eres, creo que también te mereces algo más; por alguna razón, me da la sensación de que Adán te necesita para volver a confiar en alguien, y que tú le necesitas a él justo para lo mismo.

—¿Cómo puedo devolverle la esperanza si yo la he perdido?

—¿Seguro? Porque, si no la tuvieras, no estarías aquí.

—Yo he venido porque quiero pedirle perdón.

—Sí, quieres pedirle perdón porque en el fondo crees que André mintió, porque aún tienes la esperanza de que Adán sea diferente; si creyeras que te engañó, no me pedirías verle, porque no sabes sí es verdad o mentira, pero deseas creer en él, y eso es tener esperanza.

Creo que ha dado en el clavo. Ahora entiendo porque Adán adora tanto a su amigo.

—Soy tan estúpido... —suspiro resignado—. Ni siquiera aún soy capaz de saber lo que siento.

—Pues yo sí quiero saberlo. Así que, antes de ir a verle, dime: ¿sientes algo serio y verdadero por Adán? No quiero que le hagas más daño, ahora no podría con ello.

Le miro fijamente. Sus ojos me contemplan con mucha seriedad.

—Sí, siento algo por él. —Le mantengo la vista fija, siendo tan sincero como puedo ser, sintiendo terror al reconocerlo.

—Pues, si es así, habla con Adán y cuida de él, porque lo necesita, y mucho.

—¿No piensas decirme qué le ha pasado?

—Ha caído en el pasado, en el peor de ellos. Sé que cuando vuelva y entre en casa, no lo va a poder soportar, por eso, te lo imploro —dice con voz fiera—, sácalo de su infierno, llévatelo de allí y haz el jodido favor de comprometerte de verdad con lo que sientes, porque si no lo haces y vas a verle... —La voz le tiembla, los ojos le brillan con pena, humedeciéndose—. No quiero perderle. Te estoy dando mi última esperanza, no hagas que me arrepienta.

Fran se levanta.

—Te prometo que esta vez no lo abandonaré —apunto, intentando que se sienta mejor.

Me posa la mano en el hombro cuando avanza unos pasos.

—Si Adán cae, y es por tu culpa, te juro que lo pagarás muy caro.

—No pasará.

—El vuelo llega por la noche. No le dejes solo mucho tiempo.

Fran seva, dejándome un sentimiento de terror que no había sentido antes; «¿Tan roto está Adán?», piensotremendamente asustado, porque, si ha llegado a amenazarme de ese modo, sólopuede significar una cosa: algo ha ido realmente mal en París.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now