Capítulo 69

42 9 0
                                    

Mikhail


Le cuento todo lo que sé a Julio. No me dejo nada, por lo que acaba sabiendo demasiado de Adán para mi gusto, pero sé que él, pese a ser un mafioso en toda regla, no se interesa por la gente corriente, así que se olvidará de todo esto cuando encuentre algo más interesante.

—Mm... —bufa a modo de respuesta.

—Bueno, ya sabes toda la historia.

—Es escalofriante.

—Bastante.

—Llegó muy lejos por «amor», ¿no crees? Esa obsesión... Creo que habéis tenido hasta suerte de que se cruzara en mi camino.

—Sí, yo también lo creo, y me alegro.

—Tú... —Me observa con interés—. Ahora me pregunto, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar por Adán?

—Es mejor no tener que comprobarlo.

Julio ríe.

—Quizá es lo mejor. Sé que no eres lo que él cree que eres. ¿Cuánto le has ocultado?

—Todo lo relacionado contigo; sé que no te haría gracia que supiera demasiado de ti.

—Me conoces muy bien.

—Tampoco creo que sea necesario que conozca esa faceta mía, a no ser que sea estrictamente necesario.

—Espero que nunca tenga que verlo. —Se levanta, poniéndose bien la americana.

—No mientas, anda.

Me sonríe divertido.

—Bueno... —Coge los sobres y se asegura de que la dirección de Mariya esté en su bolsillo—. Supongo que ahora sí, esto es un hasta nunca.

—Pese a todo, ha sido un placer. —Le tiendo la mano.

—Ahora no mientas tú.

—Es la verdad. Tú tuviste mucha paciencia para recibir los pagos; otros no lo habrían sido tanto.

—Visto así... Aunque, eres, y siempre serás, mi favorito. —Acepta mi mano, apretando, sellando el adiós con ese gesto—. Espero que os vaya bien.

—Gracias.

Lo acompaño hasta la puerta. Antes de salir me vuelve a mirar serio.

—También espero que Mariya cambie después de... la charla que tendré con ella.

Asiento, sintiendo una punzada en el corazón.

—Y yo. Supongo que debería darte las gracias por decirme que estará bien pese a todo.

—Ya sabes que no soy un monstruo. Si su «final» no aporta nada al negocio...

—Aun así, otro no sería tan benevolente. Por lo menos, tú no te «diviertes» de ese modo, a no ser que sea necesario.

Dibuja una sonrisa; siempre me ha dado la impresión de que le gusta que lo conozca.

—Adiós, amigo.

—Adiós.

Cuando cierro, voy con prisas a ver a Adán. Lo encuentro encogido, abrazado a la almohada. No oigo nada, así que supongo que ha dejado de llorar o se ha dormido.

Me quito las zapatillas de andar por casa estando todavía en la puerta. Descalzo, hago menos ruido para acercarme.

—¿Misha? —musita, su voz parece cansada de sollozar.

La tentación de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora