Capítulo 52

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Adán


Me he despertado en el hospital tras perder la conciencia en mi casa. El dolor era insoportable, pero la medicación lo ha mitigado durante un rato, como al resto de mis sentidos, aunque también podría ser cosa de la conmoción.

Tengo a Fran a mi lado, hablándome con cariño, buscando mi calma, y la suya; o eso creo, porque no tengo nada claro, ya que no sé ni dónde estoy, ni tampoco logro entender mis pensamientos.

—Tranquilo —susurra, apretando su mano contra la mía—. Estás en el hospital.

—Jo-José... —digo cuando el cerebro empieza a funcionar—. ¿Có-cómo está?

—Tienes que descansar; el médico ha dicho que...

—Él estaba... Lo vi sangrando... André... —balbuceo, recordando las escenas como si fueran destellos.

Me intento incorporar. Fran me retiene contra la cama.

—No te muevas —implora con la voz tenue y pesarosa—. Tienes que ir con cuidado.

—Dime cómo está —insisto, recordando cada vez más.

Aparta la mirada, se estremece, respira hondo. Me coge la mano con fuerza y se la lleva a los labios, dándome un beso.

—¡¿Cómo está?! —exclamo, viendo la respuesta en sus ojos, sabiendo que algo no va nada bien.

—Ha... Él... Lo siento... —masculla, luchando por no llorar.

—No, no... No es posible... —Siento que me falta el aire—. Por mi culpa... Ha sido... —Quiero irme, quiero ir a buscar a José, quiero despertar de la pesadilla.

Fran me sujeta y me pide calma.

—Por favor, para o te harás daño —suplica con los ojos llorosos—. No fue por tu culpa, ¿me oyes?

—¿Dónde está? ¡¿Dónde está?!

—¡Basta, Adán! —espeta; ha perdido la compostura un segundo, luego la recupera—. Respira, por favor. Tienes que calmarte, no quiero que te hagas más daño. Por favor...

—¿Y Samanta? ¡Dios!

—Está bien atendida, no te preocupes —insiste con el corazón roto—. Ahora, cálmate, venga. Por mí...

Me quedo quieto. Lo miro, aunque no lo veo entre las lágrimas. Mi mente se bloquea; la situación es más de lo que puedo asumir.

Reina el silencio unos segundos, luego se ve truncado por dos toques en la puerta. Como yo no puedo ni reaccionar, Fran da paso. Entran un par de hombres, que se presentan como agentes de policía y piden hablar conmigo.

—¿Tiene que ser ahora? —protesta Fran con educación.

—Lo sentimos mucho —dice uno de ellos—, pero ahora tiene los hechos recientes, por lo que puede haber datos que, pasadas las horas, se le olviden o cambien.

Fran suspira resignado y me mira; pero antes de que diga nada, aparece el doctor.

—Iré fuera a hablar con él, ¿vale? —me dice antes de darme un beso sobre los cabellos—. Llámame si necesitas algo.

Me preguntan por lo sucedido, y respondo casi sin saber qué digo, sólo me dejo llevar por el recuerdo; me veo de nuevo dentro de mi casa y recreo todo aquello, sintiendo una ansiedad enorme.

Los minutos se están alargando como horas. Lucho por responder, y ellos, muy amables, me repiten que ahora lo tengo fresco, que mi declaración es importante, porque André no ha dicho nada desde su detención, y sólo yo fui testigo de todo lo ocurrido antes de que llegase la ayuda.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now