Capítulo 29

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Mikhail

Oigo un estruendo en el salón y me despierto. Luego escucho el correteo de los gatos por el pasillo. Entran escopeteados, saltan por la cama y salen corriendo hacia fuera; «Debería haberle dicho a Adán que cerrara la puerta», pienso, entonces toco la cama; ¡no está!

—¿Adán? —lo llamo; no hay respuesta—. ¿Se ha ido sin más? —me pregunto extrañado, poniéndome en pie, olvidándome del dolor.

Salgo al pasillo y está todo a oscuras; «¿Cuánto he dormido? Si era por la mañana cuando ha venido Adán». Llego al salón y enciendo la luz. Veo el estropicio; los gatos han tirado todo lo que había sobre la mesa de centro; el mando de la tele ha perdido hasta las pilas y Nikolay está jugueteando con ellas.

—Madre mía, ¿qué estabais haciendo? —pregunto con resignación—. ¿Qué es esto? —musito al ver un cheque en el suelo.

Dejo escapar un quejido al agacharme. Cojo el papel y lo miro. «¿Por qué cojones me ha dejado Adán un cheque? ¿Qué coño significa esto?».

No quiero pensar que me ha pagado por acostarse conmigo, pero lo hago. Quiero desechar esa idea, tiene que haber una explicación lógica, pero ¿cuál?

Que me haya pagado me está torturando. Podría ser que se sienta culpable porque le dije que quería dejar el trabajo; podría pensar que necesito el dinero y ha querido ayudarme. Pero... ¿y si significa que me ve como a un hombre de compañía con el que divertirse?

—¡No! ¡Ni lo pienses! —me exijo con rabia.

Miro la hora; son las dos pasadas de la madrugada, así que no puedo llamarle. He de confiar en él, porque no es como los demás.

Suspiro buscando tranquilidad, aunque los malos recuerdos de relaciones pasadas insisten en joderme.

Recojo lo que hay por el suelo y lo dejo sobre la mesa una vez más. Me acomodo en el sofá y pienso en lo que he de hacer; tengo que hablar con Adán, tengo que pagar mi deuda, borrar mi perfil de internet y estar pendiente del teléfono de trabajo para denegar citas e informar de que lo dejo; llevo muchos años con algunos clientes, no puedo llamarlos por ser discreto, pero sí he de ser educado e informarles de que ya no habrá más servicios.

Decido vestirme para salir. Casi puedo oía a Mama Rose diciéndome que descanse y no me mueva, pero quiero poner fin a la deuda y ser libre.

Con la pequeña mochila llena de dinero, me dirijo a las afueras. El tipo al que le tengo que pagar dirige una discoteca de moda, escondiendo otros negocios más turbios.

Pese a que me presento sin avisar, Julio me recibe sin problemas. Está sentado en un sillón de cuero blanco mientras mira el teléfono; ni me pregunto en qué estará metido.

—¿Se puede saber qué has hecho para acabar con esa cara? —exclama divertido a la par que curioso al alzar la vista.

—Trabajar.

—Siempre tan elocuente... ¿Has venido a pagarme? No te esperaba hasta fin de mes.

—Sí, he venido a pagarte toda la deuda.

—¿To-toda? —tartamudea incrédulo.

—Sí. —Le acerco la mochila.

El «gorila» de la esquina hace ademán de acercarse, pero Julio le ordena que no sólo con un gesto de mano, luego acepta el paquete y abre la cremallera. Silba al ver el contenido.

—¿Qué has hecho para conseguir tanta pasta? Estará limpia, ¿no? —Me escruta con gesto serio.

—Trabajar.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now