Capítulo 47

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Mikhail


José y yo vamos andando hasta un parque. No dice nada, ni yo, sólo le sigo. Me siento bastante tranquilo, aunque me ronda el miedo de que me quiera lejos de Adán; para mí es importante que Adán no se vea entre sus amigos y yo.

—¿De qué querías hablar? —pregunto tras un silencio bastante largo.

Sin mediar palabra, me lleva a un banco y me indica que me siente a su lado. Saca un cigarro del bolsillo y lo prende, dejando aún más claro que había puesto una excusa como cualquier otra.

—¿Adán te ha hablado de mí? —indaga, ignorando mi pregunta.

—Muy poco.

—¿Te ha dicho que te «moderes» delante de mí?

—Algo así.

—Con diez años —cuenta sin cambiar el gesto serio y sin mirarme—, mi primo de quince, un pirado, me hizo vivir una muy mala experiencia.

—No necesitas excusarte, Adán ya me ha...

—No me estoy excusando, quiero aclararte algo.

—Está bien. Perdona. Sigue.

—Mi primo era gay y un perturbado; no por ser gay, claro, pero tenía muchos problemas.

—¿Qué problemas?

—Mis tíos repudiaban a los «pecadores» —dice con lamento y repulsión a la par—, sobre todo por los sodomitas.

—Oh, entiendo —digo con pesar, viendo que el tema es más triste de lo que pensé.

—Era un chico que se reprimía mucho, y acabó metido en una adicción que lo consumió.

Me estremezco, sabiendo bien lo que es eso.

José me mira, cambiando el gesto a interés.

—¿Alguien en tu casa...?

—Mi hermana —respondo, deseando abrirme, ya que él lo está haciendo.

—Entonces has visto cómo es una persona adicta.

—Por desgracia.

—Mi primo creció con el odio a los homosexuales, y la represión lo llevó a la depresión, lo que le llevó a las drogas.

—Intentó acallar a su verdadero ser como pudo —mascullo casi para mí.

—No sé lo que se le pasó por la cabeza —prosigue—, pero me metió a mí en sus problemas. Una tarde, me vio hablando en la calle con un chico del barrio; yo iba con su hermano a clase, así que se paró a saludarme. —Da una buena calada al cigarrillo y sigue—. Mi primo me apartó de él y me llevó a su casa. Empezó a decirme que me alejara de ese tío, que no era buena gente y un montón de mierdas más.

—¿Por qué?

—Porque sabía que era gay.

—Joder... —susurro con pesar.

—Según mi primo, ese tío estaba enfermo, era peligroso para mí y mil milongas más. —Se mueve incómodo al recordar—. Me metió el miedo en el cuerpo, ya que yo era un crío, pero, aun así, le dije que no era mal tipo, que era buena persona, que el hecho de que le gustaran los chicos no lo hacía un monstruo.

—Tus padres te enseñaron bien.

—Sí, pero mi primo no tuvo esa suerte. Luchó contra él mismo tanto como pudo, y escucharme decirle eso lo enfadó, lo hizo petar.

—Dios... —musitó con terror, sin saber si quiero conocer más.

—Durante horas me... No sé, supongo que puedo decir que me torturó para quitarme esas ideas de la cabeza.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now