Capítulo 31

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Mikhail

Mama Rose vino a verme de madrugada, después de trabajar; le conté que ya había pagado la deuda, que era libre, lo celebramos, y luego le comenté lo de André.

—Mm... —gruñe pensativa, sentada junto a mí en el sofá—. Es curioso... Muy curioso...

—Me sorprende que haya conseguido sacar tanta información —indico molesto por no tener respuestas—. Julio ha disimulado muy bien el estar cabreado, pero lo estaba. ¿Cómo lo ha hecho? Precisamente Julio no tiene sus negocios a mano de cualquiera.

—¿Por qué investigaría sobre ti? —se pregunta, con el mismo malestar que tengo yo—. ¿Por qué ese interés por romper tu relación con Adán?

—Me da muy mala espina; podría haberme pedido cualquier cosa: mi lista de clientes, exclusividad... No sé, algo más «lógico».

—Es que no eres tú el que le interesa, ni tus clientes.

—Ya, es Adán, pero ¿hasta el punto de investigar mi vida?

—Creo que habría que saber más de ese André, querido —dice con preocupación.

—El problema es que está en París, con Adán —apunto inquieto—. Por más que saque algo de él ahora, si le hace algo a Adán, yo no podré...

Mama Rose me acaricia la espalda con cariño.

—Advertiste a Adán, así que...

—No, Rose, no lo hice bien —interrumpo con dolor—. No le conté que es un tipo más sádico de lo que aparenta, no le conté que me ha investigado, que quería alejarme de él.

—Pero de habérselo dicho, ahora Adán quizá estaría en tensión; podría ser contraproducente si rechaza a André de malas formas, porque no sabemos cómo puede reaccionar el otro.

—Tengo que hablar con Adán lo antes posible.

—Llámale a la hora de comer, a ver si no está trabajando.

—Dijo que él llamaría, ¿no? Tampoco quiero molestarle.

—Mi niño, ¿cómo puedes pensar que le molestarás? Seguro que le encanta que su novio le llame —dice con cariño, alegre por mí y seguro que por Adán.

—Le llamaré.

—Mm... ¿Pasa algo más? —Me escruta con la mirada.

—No... Bueno, es una tontería.

—Dime, va. No me hagas insistir, que ya sabes que lo odio.

—Adán me dejó un cheque antes de irse.

—¿Y eso?

—No lo sé; no me dijo nada.

—No estarás pensando que te pagó tras acostarse contigo, ¿verdad? —Me mira con reproche, sabiendo la respuesta.

—No exactamente.

—¡Qué tonto eres! —exclama con enfado—. ¿Crees que Adán sería capaz?

—Quizá fue porque le dije que dejaba el trabajo, y pensó que necesitaría el dinero.

—Es un hombre muy dulce, y me cuesta creer que te pagaría por sexo; me niego a eso.

—Soy un idiota, ¿verdad?

—No, mi niño, no; has pasado por mucho, y el corazón aguanta lo que aguanta.

—Él no me ve como a un hombre de compañía.

—No, él no. —Me envuelve el rostro con las manos y me sonríe con amor—. Adán te ve a ti, sólo a ti.

Asiento y sonrío más tranquilo.

Mama Rose me da un beso en la frente y se pone en pie.

—¿Necesitas algo?

Niego con la cabeza y me levanto.

—No, gracias. Ve a descansar. Cuando hable con Adán, te digo algo.

—Está bien.

Nos despedimos con un abrazo largo. Necesito mucho a Mama Rose, ella me conoce mejor que yo mismo, y sabe cómo reconfortarme, como reconducir mis pensamientos negativos a unos más coloridos; es la voz de la razón.

A solas en casa, sin saber qué hacer, y sin poder moverme mucho, me quedo en el sofá viendo la tele, leyendo o mirando tonterías por internet. No puedo concentrarme en nada, porque me come la impaciencia por hablar con Adán, por saber si está bien con André, si el dinero es por otra cosa que desconozco...

Por fin llega el dichoso mediodía. Llamo a Adán; el «listo» de André me hizo borrar el número del teléfono delante de él, pero también lo tenía Mama Rose, y obviamente, me lo ha vuelto a dar; eso sí, esta vez lo apunté en mi terminal personal.

He llamado, pero comunica. Me espero un rato, y sigue sin contestar. Pienso que estará ocupado, así que dejo de insistir, porque no quiero que se asuste pensando que me ocurre algo o que piense que soy un acosador.

Llega la noche. Es la hora de la cena. No hay señales de Adán. Le he escrito:

Ya han dado las doce

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Ya han dado las doce.

La una.

Las dos.

No sé nada de él. Me siento extrañamente solo; ¿tanto quiero y necesito hablar con él? Ojalá pudiera estar a su lado.

Me meto en la cama. Dejo el teléfono en la mesilla, habiendo comprobado cuatro veces que tiene batería y el sonido activado. Apago la luz. Aleksandra y Nikolay se acurrucan conmigo. Mi cama, pese a ser la de siempre, pese a que sólo la he compartido una vez con Adán, me resulta demasiado grande, vacía y fría. Mañana espero hablar con él, porque lo añoro, lo necesito, porque le quiero.

La tentación de AdánМесто, где живут истории. Откройте их для себя