Capítulo 72

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Adán


Siento la brisa entrar por la ventana que da al patio. El aire es cálido, pero no caluroso. Oigo las hojas de los árboles meciéndose y las risas de los niños de los vecinos. Las cortinas revolotean entre ellas, enredándose cada vez que el viento las mece. Parece que hace un buen día de cielo despejado, con el sol en lo más alto, iluminando el salón.

—Adán... —Oigo desde el pasillo.

Me levanto del sofá y voy hacia esa voz familiar, la cual me despierta un sentimiento de melancolía que no logro entender.

—¿Qué haces ahí? —pregunto extrañado, viéndolo parado en la oscuridad del corredor—. Ven, anda, siéntate conmigo un rato.

—No puedo. No puedo salir de aquí.

—¿De qué hablas? Ven, va. —Estiro la mano, esperando a que la tome, pero como no lo hace, doy un paso hacia él.

—¡No te acerques!

—¿Po-por qué? Vamos, ven conmigo.

—Tienes que alejarte. Debes irte ya.

—Pe-pero... No, no... Quiero verte. Quiero estar contigo un rato, por favor. —Doy otro paso al frente.

—¡No! ¡Aléjate! ¡Tú no puedes venir aún!

—No es justo... —gruño para mí—. Se acabó. Si no vienes tú, voy yo.

—¡No! ¡No lo hagas!

Entro en el pasillo. Parece que se haya hecho de noche, hasta hace frío. Pero todo me da igual, porque quiero alcanzar a José a toda costa.

Alzo la mano, agarrándole la muñeca a la silueta que tengo delante, pensando: «¡Ya te tengo! ¡Por fin!».

—Volvamos, por favor —imploro, sintiendo que mi corazón se encoje.

De golpe, es él el que me agarra de la muñeca. Duele. Su piel es fría como el hielo, y parece que me queme y corte.

—Me haces daño. ¿Qué pasa? ¿José?

—No, cher ami, no soy José.

El corazón se me para. Dejo hasta de respirar del miedo que me ha invadido por completo. Quiero correr, gritar, pedir ayuda..., pero no me sale la voz, y sólo puedo temblar y sollozar.

—Este no es tu sitio, mon ami, pero... si quieres, puedo hacerte un hueco.

Un destello brilla en la oscuridad, viniendo directo a mi abdomen.

Miro hacia abajo, viendo la sangre empapar mi ropa mientras su mano retuerce el cuchillo con saña.

—No, no, no... —susurro, perdiendo de vista todo tras las lágrimas.

—Has venido a por tu amigo porque sabes que este era tu sitio y no el suyo. ¡Tú lo mataste!

—¡No!

—Tus manos están manchadas de sangre. ¡De SU sangre!

Me empuja y caigo al suelo. Al caer, me desoriento unos segundos, momento en el que quiero huir. Al arrastrarme, choco con algo. Toco; es blando, viscoso, frío...

—A-Adán...

—¿Jo-José?

—A-ayuda-me...

—Deberías mirar a tu amigo a la cara y pedirle perdón, ¿no crees? —exclama André, momento en que una luz ilumina el pasillo.

—¡AH! ¡NO! ¡NO! —grito, desesperado al ver a José ante mí descomponiéndose.

—¡Esto es lo que le has hecho a tu amigo! ¡Eres su asesino!

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now