Capítulo 36

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Adán


André espera por mi respuesta. Sigue sonriendo paciente, sabiendo que no me ha dado muchas opciones. Por mi parte, ¿qué debo hacer? No puedo fiarme, pero sólo de pensar que va a estar pendiente de joderme la vida... Me ha dejado claro que tiene dinero de sobra, así que ni se me ocurre pensar en tomar medidas legales, porque yo no podría hacerle frente, además, necesito pruebas, o sería mi palabra contra la suya.

—¿Te decides ya? Me aburro. ¿Por qué te cuesta tanto darme una respuesta? Ni que tuvieras a alguien esperándote.

Es tan cruel... Pero tiene toda la razón. ¿Qué más me da? Nadie me espera en casa, ni fuera de ella. Mikhail me ha dado la patada, y fue porque no confió en mí.

—Está bien —susurro sin ganas de nada, sólo de que me deje en paz.

André sonríe aún más, y ya ni me importa que sea siniestro. Tampoco me importa sentir como sus manos me recorren el cuerpo, como sus labios marcan mi piel. Me va desnudando y yo me siento lejos, solo, hundido...

—¿Por qué yo? —musito, creyendo que estoy en un mal sueño.

—Te lo diré, pero primero tienes que dejar que juegue contigo.

—Está bien; haz lo que quieras. «Total, a nadie le importará lo que me hagas».

André está muy animado. Se pega a mí, sigue manoseándome y besándome, y yo me dejo, y pienso que todo da igual, que después de aceptar le he vendido el alma al diablo, y decido dejarme llevar.

Llevo mis manos a la americana de André, la cual quito mientras él ya está acabando con los botones de mi camisa. Mientras me besa en el cuello y me retira la prenda, yo deshago el nudo de su corbata y desabotono su camisa. En casi un suspiro, ya estamos medio desnudos.

No tardamos mucho más en quitarnos los pantalones, ni en despojarnos de la ropa interior. Nos acomodamos en la cama, uno frente al otro, dándonos besos, acariciándonos y calentándonos mucho más, pese a que nuestros cuerpos ya están dispuestos a caer en el placer.

—Quiero jugar —musita André, dibujando una sonrisa traviesa.

—Haz lo que quieras —indico sin preocuparme.

—Ponte bocabajo —ordena divertido.

Yo obedezco, y ni me preocupo de sentir como me ata las manos a la espalda con su cinturón. Aprieta bastante, y duele, pero no me importa; sólo quiero que termine y que se vaya, o no, porque quizá acabe siendo el único que quiera acercarse a mí, ya que hasta ahora no he sido suficiente para nadie.

André me mantiene tumbado bocabajo. Acaricia mi espalda, bajando hasta la cintura, acabando en mis glúteos para juguetear con ellos; aprieta los dedos, clavándome las uñas, arrancándome un gruñido de dolor, algo que le hace suspirar de placer.

—Eso ha sonado muy bien. —Suena muy excitado—. A ver si aguantas toda la noche. —Me da una fuerte cachetada en la nalga, haciéndome encoger y quejarme, dejando, sobre mi piel, una sensación de quemazón desagradable.

Sigo en silencio.

André se mueve. Acaba con los labios sobre mi nalga, la cual besa antes de morderla, haciéndome quejar.

—¿No piensas decirme que pare? —pregunta ansioso.

No pienso hablar, y menos suplicar.

Aparta mis nalgas con las manos, y siento su lengua recorrer mi piel entre ellas. Me besa la zona y la lame con paciencia, logrando que algunos gemidos de placer escapen de mi boca. Hasta que sus uñas se van clavando en mi carne; el dolor se mezcla con el placer, y mi cuerpo se retuerce, sintiéndose perdido por la extraña mezcla.

André se detiene. Se mueve y tira de mis caderas, dejándome con el culo levantado, expuesto a él.

—No es para tanto... —comenta con desprecio—. Creí que tendrías algo mejor que mostrar, la verdad.

Sigo callado, pensando que es un bastardo, que sólo quiere picarme, pero que no voy a caer.

—Siempre me pregunté qué tenías de especial para que Borja no te dejara.

—¡¿Qué?! —exclamo sorprendido, intentando darme la vuelta, pero André aprieta la mano en mi nuca, clavándome contra la almohada.

—Ah, sí, mon chéri, «tu» Borja me follaba varios días a la semana.

—¡Hijo de puta!

Me agarra del pelo y tira, levantándome y haciéndome daño, arrancándome un grito ahogado.

—¿De verdad creías que alguien como yo se fijaría en alguien como tú? —Ríe con maldad, apretando más los dedos entre mis cabellos, arrancándome un quejido, seguramente, junto a algún mechón—. Si he querido acostarme contigo, simplemente era para probar lo que Borja tenía en casa, para saber la jodida razón por la cual no quería ser sólo mío.

—Eres un...

Me baja la cabeza de golpe, callándome con la almohada.

—No quiero oírte más que para suplicar, ¿estamos?

—Que... te den... —digo, haciendo esfuerzos por liberar mi boca del cojín.

André aprieta más, haciendo que la sensación sea dolorosa y asfixiante.

—Que me den, ¿eh? No deberías cabrearme, aunque te he odiado desde el momento en que Borja se negó a dejarte. ¡¿Por qué cojones quería a un mierdecilla como tú?! —exclama antes de pegarme en la cabeza con la palma de la mano, luego vuelve a tirarme del pelo—. Te odio. No eras suficiente para él, por eso se metía en mi cama, porque no sabías darle lo que le gustaba de verdad; pero daba igual, siempre volvía contigo.

Deseo llorar de rabia e impotencia; querría darle un buen puñetazo, pero, por otro lado, lo que me está diciendo me está haciendo tanto daño que no podría ni moverme.

Borja se iba con él porque yo no le bastaba; ¿de verdad podía dejarme a mí, que le amaba hasta morir, por alguien así de cruel? Esa idea me mata, y no puedo luchar contra el llanto.

André ríe satisfecho. Se levanta, momento en que intento moverme, pero es muy rápido. Acaba sobre mí una vez más.

—¿Por qué me haces esto? —digo con ira y dolor—. Era Borja el que jugaba con ambos, ¿qué culpa tengo yo?

—¡Sabías que te engañaba y no lo soltabas! —exclama con rabia, y siento un latigazo en mi espalda, algo que logra hacerme gritar; me ha golpeado con mi cinturón—. ¿Te duele? A Borja le gustaban estos juegos, ¿sabes? Se quitaba el cinturón y me hacía gozar con el dolor. Mm... Era tan bueno en eso...

—Ba-basta —imploro llorando; me da igual que me golpee, que me haga sufrir físicamente, pero no quiero oír nada de eso, no quiero saber la otra vida del traidor que tenía por marido.

—No, mon chéri, no voy a parar —indica con una mezcla de odio y satisfacción—. Te tengo donde quería desde hace mucho, y ahora vas a saber lo bien que me lo pasaba con «tu» Borja. Te voy a follar como él me follaba a mí.

—¡No! ¡Para! ¡Yo no hice nada! ¡Ya sufrí mucho, ¿por qué me haces esto?!

—Por quitarme al único hombre que he deseado de verdad.

—¡Pero irse era decisión de él!

—¡Aceptaste casarte con él! ¡No le dejaste cuando sabías que te engañaba! —exclama dándome más golpes—. ¡Borja siempre decía que tú dependías de él! ¡Debiste desaparecer!

—Por favor... para... —suplico cuando el dolor se hace insoportable—. Yo quería dejarle, quería..., pero se moría..., ¿cómo iba a abandonarlo?

—Lo decidiste tarde —gruñe con rabia—. Y como me dejó porque quiso vivir sus últimos meses sólo contigo, vas a darme lo que no me dio de despedida.

La tentación de AdánWhere stories live. Discover now