Uno - Venecia

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Venecia:

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Venecia:

Mire la hora en mi teléfono nuevamente, eran cerca de las tres de la mañana y el frio recorría mi columna ¿Por qué había salido tan desabrigada? La primavera estaba a la vuelta de la esquina, pero eso no significaba que la calidez se sintiera en el aire.

Hacía, por lo menos, treinta segundos que tocaba el timbre del apartamento número cuatro, del bonito edificio en el que vivía mi hermano. Suspiré al no obtener respuestas, ya iba por el cuarto o quinto timbrazo, no recordaba.

─ ¿Dónde diablos estás Luciano? No se supone que tengas vida social ─ Susurré con los dientes apretados mientras silenciaba el teléfono que volvía a sonar una y otra vez.

Finalmente, al no obtener una respuesta miré a mi alrededor y, asegurándome que no hubiera nadie, me acerqué al tercer macetero de la izquierda y metí la mano bajo esa horrible planta, de la que nunca supe el nombre, donde mi hermano solía guardar una roca falsa que contenía una llave para casos de emergencia; y ciertamente este lo era.

Minutos después baje corriendo del ascensor, mi teléfono volvió a vibrar en el bolsillo de mis pantalones y lo silencié con mucho cuidado de no cortar la llamada, en estos momentos cualquier paso en falso podría significar mi ruina. Me detuve frente a la puerta y con manos temblorosas, no sabría asegurar si por frío o nervios, abrí la puerta sin preámbulos.

El problema vino cuando la luz del pasillo se coló al interior del departamento y lo primero que vi fue el trasero desnudo de mi hermano y a una morena semidesnuda delante suyo, de rodillas. No hacía falta ser un genio para entender lo que estaba sucediendo y en el momento en el que mi cerebro procesó la información cubrí mis ojos, cerré la puerta y avancé lentamente golpeándome la pierna con algo que nunca antes había estado allí.

─ ¡Lo siento! ─ fue lo único que pude decir, realmente lo sentía, el trasero de mi hermano no es una imagen que alguna vez hubiese querido tener en el archivo de mi maldito cerebro.

Me sentía avergonzada y asqueada, porque no decirlo. Caminé a ciegas pensando que todo lo que quería en ese momento era arrancarme los ojos con una cuchara, cuando volví a golpearme el pie, con lo que pude distinguir como una maceta, una bastante pesada.

─ ¡¿Por qué mierda pusiste una maceta en la entrada?! ─ pregunté como si el hecho de tomar una decisión en su casa, sin mi consentimiento, fuera un pecado.

─ ¡Venecia! ─ rugió mi hermano furioso.

─ ¡Es urgente! ─ respondí con los ojos aún cubiertos por mis dedos, como si eso justificara mi intromisión ─ ¡Vístete!

─ ¿Qué haces aquí? ─ me preguntó mientras escuchaba movimientos, esperaba por todos los dioses que estuviera buscando su ropa.

─ Me dijiste que no tenías novias ─ Escuché que la chica le reclamaba a mi hermano y eso me hizo sentir culpa, aunque solo fuera un poco.

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