Tres - Venecia

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Venecia:

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Venecia:

Entré a casa tratando de hacer la menor cantidad de ruido posible, intentaba desesperadamente retrasar el sermón de mi madre lo máximo posible, si tenía suerte conseguiría evitarla hasta el mediodía y luego, con la rutina del almuerzo familiar de los domingos, probablemente lo olvidaría. Dejé la chaqueta en la entrada y coloqué solo un pie en el primer escalón de la escalera que me llevaba a la planta superior cuando la voz de mi madre sonó desde la cocina:

─ Venecia cariño ─ sonaba dulce, pero tengo veinticuatro años, ya no me dejo engañar ─ ¡ven aquí! ─ gritó demostrando lo que ya sabía, estaba en problemas.

Carmina, mi madre, era una mujer pequeña, de contextura media y cabello ondulado, corto y oscuro que siempre llevaba bien peinado. Una mujer italiana de carácter fuerte, tradicional y estricta, pero muy amorosa. Era el tipo de mujer que llevaba el control del hogar y de cada uno de sus integrantes.

Ni bien puse un pie en la cocina el aroma de la salsa, que hervía en una enorme olla, invadió mis fosas nasales y mi estómago gruñó hambriento.

Mi familia había dejado Italia cuando Nicolla y yo aún estábamos en el vientre de mi madre, pero a pesar de los años que habían vivido fuera de su país nunca habían abandonado las costumbres que tanto le recordaban a su amada Italia. Los domingos, por ejemplo, nadie podía faltar al almuerzo familiar, no importaba si ya no vivías con tus padres; si querías seguir con vida, debías presentarte al almuerzo.

Los Ricci nos asentamos en una pequeña comunidad italiana en Chicago y habíamos convertido a casi todos los vecinos en parte de la familia, por lo que no era extraño encontrarnos un domingo almorzando más de veinte personas en algún lugar del vecindario.

─ Siéntate ─ ordenó señalando, con las manos llenas de harina, una silla en la mesa donde amasaba las pastas que comeríamos horas más tarde ─ ¿Dónde estuviste?

Mi cerebro se detuvo, como si hubiera muerto por una fracción de segundos. Lo necesitaba, cuando se trataba de mi madre equivocarse, o paralizarse, no era una opción. Carmina podía leerme como un scanner, parecía como si sus hijos y mi padre fuéramos malditas botellas de vidrio transparente para ella.

─ Ah sí, eso...─ fingí reírme ─ Me dijo que llamaste, en casa de Luciano mamma ─ toqué mi frente nerviosa.

─ Dijiste que dormirías en casa de Mimi... ─ movía la masa en sus manos con tanta furia que tragué con fuerza ─ ¿En qué momento nos desentendimos?

─ Es que justo cuando estaba llegando a casa de Mimi, mi hermano llamó. Estaba un poco aburrido, triste ─ baje mi voz como si tal mentira fuera un gran secreto ─ un poco deprimido y sabes cuánto lo quiero, no podía dejarlo solo mamma... ¿Qué esperabas?

─ ¿Deprimido? ¿Cómo? ─ Corrió una silla y se sentó justo frente a mí, de pronto me sentía un reo siendo interrogado ─ ¿Qué le pasa a mi hijo? ─ Su respiración comenzó a agitarse ─ Desde que dejaron está casa ─ Chasqueó la lengua y luego golpeó la mesa con un dedo llenó de masa haciendo énfasis en sus palabras ─ ya nadie me cuenta nada ─ Como si antes lo hiciéramos ─ ¿Qué está pasando Venecia? ¿Tiene problemas en el trabajo? ¡Ay Venecia!

VeneciaWhere stories live. Discover now