Veintinueve - Venecia

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Salí del despacho de Alex ignorando la mirada de mi hermana y bajé al piso diez para poder hablar tranquila por teléfono. Entré a la terraza y me aseguré que la encargada de cuidarlo no se encontrara allí.

Saqué mi teléfono y marqué el número.

─ ¿Diga?

─ ¿Señor Evan? Soy Venecia.

─ Venecia, qué alegría escucharte ─ sonaba realmente alegre ─ ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Está todo bien en la empresa?

─ Si, eso está bien ─ suspiré ─ Quería hablar sobre su esposa...

─ ¿Mi esposa? ─ preguntó confundido.

─ El secreto que me confesó, es algo difícil para mí que sus hijos no lo sepan. Que Alexander no lo sepa.

─ ¿Acaso Alex y tú...?

Dejó la pregunta abierta, no hacía falta que la terminara.

─ No es lo que piensa ─ aclaré al no saber que responder a eso.

─ Creo que es exactamente lo que pienso ─ soltó una risa tierna al otro lado de la línea ─ Y sé que soy una persona egoísta por pedirte que guardes este secreto, pero mi esposa no quiere que sus hijos se preocupen tanto por ella que dejen de vivir sus propias vidas Venecia, porque nos aman y sabemos que eso es lo que harían.

Podía comprenderlo perfectamente, pero eso no significaba que no me pesara la culpa de guardar el secreto.

─ Es difícil mentir con esto señor Evan...

─ Se los diremos, pero no en este momento. Carter está por casarse y no queremos arruinar este momento para él.

─ Entiendo ─ realmente lo hacía ─ Solo prométame que se los contará.

─ Te doy mi palabra Venecia.

Corté la llamada sintiéndome igual de culpable y vacía que cuando la realicé. Pero al menos había podido decirle al señor Evan lo que pensaba, aunque realmente no me había servido de mucho.

Tomé una bocanada de aire, me recosté en el banco y cerré los ojos ¿Qué pasaría si tan solo me relajara unos minutos? Tampoco resultaba de vital importancia para la empresa.

─ Despierta bella durmiente.

La voz de Alex me tomó tan de sorpresa que pegué un grito y lo empujé aterrada.

─Tranquila, soy yo ─ se alejó doblado de risa por mi reacción.

─ ¡Me asustaste! ¿Qué hora es? ─ pregunté al notar que la tarde estaba cayendo ─ ¿Me quedé dormida?

─ Eso parece ─ Respondió como si fuera de lo más normal ─ Vamos, te llevo a casa.

Sonreí y acepté la mano que me ofreció, aunque la solté antes de ingresar al edificio algo que pareció molestarle un poco, pero que, para mi fortuna, dejó pasar.

─ ¿Tengo que seguir dejándote aquí?

Preguntó sorprendido cuando le pedí que se estacionara dos calles antes de la casa de mis padres.

─ Por supuesto Alex ─ respondí colgando mi bolso en un hombro y acercándome para besarlo ─ No puedo dejar que mis vecinos te vean llevarme a casa.

─ Y eso sería malo ¿Por qué?

Lo miré como si estuviera completamente loco.

─ Bueno porque todos pensarían que somos pareja Alexander.

Él me observó como si eso no le importara ¿Acaso estaba loco?

─ Alex yo no quiero...

─ Tranquila ─ Sonrió ─ también creo que vamos un poco rápido y que deberíamos tomarlo con algo más de calma.

Me sentí aliviada por ese comentario, bese sus labios y baje del vehículo.

─ ¡Mamma llegué! ─ Anuncié sorprendiéndome de lo alegre que sonaba.

─ ¿Y esa alegría?

Grité cuando la voz de mi madre me sorprendió.

─ ¡Mamma! ─ llevé una mano a mi pecho y cerré los ojos para intentar tranquilizarme.

─ Tenemos que hablar ─ sentenció dándose la vuelta y caminando hacia la cocina.

Puse los ojos en blanco y la seguí. La mesa estaba puesta para las dos, como cada noche papá se la pasaba en el restaurante y no volvía hasta, por lo menos, la media noche.

Pasé por su lado en silencio y lavé mis manos repasando mentalmente, una y otra vez, qué era lo que pudiera haber hecho para que tengamos que tener una conversación.

─ ¿Le gustó a Alexander la comida? ─ preguntó llevando la fuente con carne que acababa de sacar del horno.

Me senté en la mesa y la observé confundida mientras me servía una enorme cantidad de ensalada.

─ Sí, creo que sí.

─ ¿No te dijo nada?

─ No lo vi desde que salí de su despacho ─ mentí un poco.

Mi madre dejó los cubiertos en la mesa y me observó como tantas veces lo hacía, intentando analizar algo mas de mi de lo que se veía en la superficie.

─ ¿Qué pasa con Alexander Venecia?

Su pregunta me tomó tan de sorpresa que detuve a mitad de camino el tenedor que intentaba llevarme a la boca. Bajé el cubierto sin siquiera tocarlo.

─ ¿Qué pasa con qué?

Mi madre me observó con una clara preocupación en su rostro y antes que pudiera abrir la boca para opinar se adelantó a hablar:

─ Ese chico no es para ti...

Levanté mis cejas mientras ella da un pequeño sorbo a su vaso de agua para luego continuar:

─ Es diferente Venecia.

─ Creí que te agradaba ─ fingí despreocupación ─ De todas formas no entiendo a qué te refieres.

─ Lo hace, creo que es un muchacho encantador y no soy ciega hija, es muy guapo. Pero es diferente a nosotros, ellos tienen una vida y costumbres diferentes a la nuestra.

─ Mamma ─ di por terminada mi comida poniéndome de pie y sintiéndome muy molesta por sus palabras ─ No tienes de qué preocuparte, no voy a hacerte quedar mal, pero si realmente quieres que mantenga las distancias con gente de esa clase tal vez deberías empezar por no llevarle comida a su oficina ¿No te parece?

No espere una respuesta, caminé para alejarme de la cocina cuando su voz volvió a detenerme:

─ Creo que a tu hermana le gusta...─ Soltó de repente ─ y pensé que sería un lindo gesto para acercarlos.

Ese comentario me dolió más que cualquier otro, porque no solo implicaba que mi hermana y yo podíamos estar interesadas en el mismo hombre, sino que además dejaba en evidencia lo que mi madre pensaba de mí. Yo nunca sería suficiente. Yo no podía ser buena para alguien como Alexander, pero Nicolla sí.

Sonreí y no pude evitar que varias lágrimas rodaran por mis mejillas, antes de darme la vuelta para ver a mi madre, que creo no fue consciente de mis palabras hasta que vio mis lágrimas.

─ Lamento no ser la hija perfecta.

No dije más nada, no podía. Me di la vuelta y subí las escaleras mientras la escuchaba llamarme, tal vez estaba arrepentida de sus palabras, tal vez ni siquiera era consciente de lo que había dicho, pero de todas formas eso no hacía que sus palabras dolieran menos.

¿Acaso puede haber algo peor para una hija que sentir cuánto ha desilusionado a sus padres? No, no lo creo.

VeneciaWhere stories live. Discover now