Cincuenta y uno - Alexander.

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─ Voy por Leo. Sírvete lo que quieras...

Sara me dejó en la cocina de su apartamento mientras iba a terminar de preparar a Leo, esa tarde iríamos a un partido de baloncesto con Ezra, Dante, su hijo menor y mi hermano. Abrí la heladera, tomé una botella de agua y volví a la isla de la cocina donde me senté a beberla. En el momento en que el teléfono de Sara sonó, no pude evitar mirar la pantalla. Era una notificación que anunciaba un mensaje entrante de ¿Venecia?

─ ¿Qué carajos? ─ susurré cerrando la botella de agua.

El teléfono de Sara tenía contraseña, como todos hoy día, pero no fue difícil de descubrir. En el primer intento puse el año de nacimiento de Leo, no funcionó. Pero si su día y mes.

Busque rápidamente el mensaje:

«Sara. Sean felices, suéltame y madura. Estoy lejos, muy lejos de ustedes y no volveré. Déjame en paz y no vuelvas a escribirme»

Miré la conversación anterior, en realidad esa era la primera vez que Venecia le escribía, pero había una foto y un video que cuando lo reproduje tuve que contenerme para no romper el aparato estampándolo contra una pared. Intente responder, pero ¿Qué iba a decirle? Entonces la foto preciosa de perfil de Necia desapareció. La había bloqueado.

─ ¡Listo! ¿Qué haces? ─ preguntó Sara al volver con mi hijo a la cocina.

Levante el teléfono con una falsa sonrisa en los labios y le enseñé la conversación.

─ ¿Vamos campeón? ─ pregunté ofreciéndole la mano a mi hijo.

─ Alex...─ ella tomó mi brazo y la mire obligándome a hablar con calma.

─ No vuelvas a hablarme para nada más que no sea mi hijo.

Los Chicago Bulls habían ganado el partido y todos habíamos terminado cenando en un Mc Donald's para que Leo se entretuviera en los juegos. Un grupo de chicas jóvenes, si pasaban de los veintidós, tal vez exageraba, estaban sentadas en la mesa de al lado y no disimulaban en sonrisas hacía nosotros. Puse los ojos en blanco y mordí una de mis hamburguesas, había pedido dos.

─ ¿Entonces Venecia vio el video?

─ No lo sé, supongo que sí ─ respondí molesto revolviendo las semillas del pan que se habían regado en la mesa.

─ Lo vio ─ confirmó Ezra. Lo mire serió ─ ¿Querías saber porque lloraba? Estoy seguro era eso, digo ─ se defendió bebiendo su gaseosa ─ no lo vi, pero lo escuche... Escuche el sonido cuando lo reprodujo.

─ Igual no querías estar con ella ─ soltó Dante mirando hacia el patio de juegos, en realidad no miraba a mi hijo, se aseguraba que sus hombres de seguridad estuvieran atentos a él. Mi hijo tenía como niñeras a dos enormes edificios macizos con traje, intercomunicadores y armados hasta los dientes y un tercero, sostenía al hijo menor de mi amigo en brazos mientras lo intentaba meter en el pelotero.

Clavé mi mirada furiosa en Dante.

─ No lo veas así ─ agregó Carter ─ la echaste de casa como si fuera un puto perro sarnoso, no la dejaste hablar y cuando fue a buscarte a la oficina la humillaste delante de todos, creo que está claro que no querías estar con ella.

─ Ella me mintió y...

─ Ya sabemos la historia Alex ─ me interrumpió Dante ─ De un hombre que la cago demasiado ─ Sonrió al reconocer lo mucho que había sufrido Ada antes de ser su esposa ─ a otro que la esta cagando igual de mucho, te vas a arrepentir toda la vida.

No respondí, continué jugando con las semillas de sésamo en mi bandeja.

─ ¿Debería ir a verla? ─ pregunté sin levantar la mirada de la mesa.

─ Imposible ─ respondió Ezra.

Levanté la mirada y los otros dos confirmaron la respuesta de mi amigo.

─ ¿Creen que no querrá hablarme?

─ Eso también ─ agregó Ezra ─ Pero me refería a que en este momento Venecia está camino a México.

Sacó su teléfono y me enseñó una foto donde Venecia estaba tirada en lo que parecía una cama, tenía una sonrisa enorme y los ojos achinados casi cerrados. El pie de la foto anunciaba:

«Primera noche en ruta y sigo viva. Dormiré en una gasolinera para camiones, no estrene la ducha porque el lugar tiene duchas espectaculares».

Mientras leía otro mensaje llegó y los teléfonos de mis otros amigos sonaron, entonces me di cuenta que era un grupo. Revisé, todos estaban allí, hasta mi hermano y el chico de los ojos saltones, Donato. Todos menos yo. El otro mensaje era una foto de una Van blanca estacionada entre dos enormes camiones, el pie anunciaba:

«Mi vecina es una chica ¡Es camionera! Se llama Stella, viaja a México. Mi primera amiga de ruta. Soy Feliz»

─ Es feliz ─ dije devolviéndole el teléfono a Ezra.

─ Creo que está intentando ser feliz con lo que le das Alex...

─ No le dejaste mas motivos ─ agregó mi hermano.

─ ¿Qué hago? ─ pregunté molesto ─ me resigno a no verla nunca más.

─ Alexander ─ Dante habló con una voz dura ─ madura de una vez, tú no estás resignando nada. Ella tuvo que resignarse a perderte, tu elegiste perderla.

─ Si yo fuera tú ─ dijo Ezra acomodándose en su asiento ─ me subiría a un avión y me iría a México, eso si supiera donde terminaría su viaje. La esperaría y rogaría de rodillas que me perdonara.

─ No van a decirme ¿Verdad?

─ No lo sabemos ─ Respondió Dante ─ Solo tenemos este grupo.

─ Quiero estar ahí.

─ El grupo lo creó Nicolla ─ dijo mi hermano ─ ¿De verdad crees que va a agregarte?

─ Si, soy tu hermano y su jefe...

─ Y el imbécil que le rompió el corazón a su hermana ─ me interrumpió irritado.

Un mes más tarde a Ada se le ocurrió que ella podía fingir haber cambiado su número, le dio uno nuevo a Nicolla y ella la sumó al grupo. En realidad, ese era un nuevo número que había sacado solo para saber de Venecia. Mientras Ada se mantendría al tanto con el teléfono de su esposo.

De pronto me había transformado en un merodeador, casi me sentía un degenerado, rebuscando en la vida de mi ex.

"Mi ex" sonaba mal y siempre supe que era porque en algún punto me odiaba por ser tan inmaduro. Odiaba las mentiras y me sentí sumamente defraudado cuando Venecia me ocultó algo tan grave como la enfermedad de mi madre y me enfurecí tanto que no fui capaz de darme cuenta que en realidad ella no había tenido más remedio. Pero ¿Ahora que más daban las explicaciones?

Una foto llegó una mañana de sábado. Estaba en la cama del departamento al que me había mudado desde que me revinculé con Leo y sentí adecuado que él tuviera su propio espacio en una casa que fuera nuestra, de los dos. No tenía planes ese fin de semana ya que Sara y Leo viajarían a Los Hamptons a casa de sus padres.

Mire la foto, eran las piernas de Venecia recostada en la parte trasera de su camioneta. Las puertas traseras estaban abiertas y de fondo se veía un mar azul con arenas blancas «Despertar así es el paraíso, chicos» Seguido a esa foto se sumaron un montón de mensajes de todos los participantes, algunos diciendo que estaban felices por ella, otros haciendo chistes sobre morenos en la playa y otros pidiéndole que volviera pronto porque la extrañaban. Por supuesto que yo no dije nada. Hacía de cuenta que no estaba, lo que no me esperaba era lo que siguió a ese mensaje. Mi teléfono, el mío el de Alex, sonó y cuando miré de reojo la notificación vi que era ella. Venecia me había enviado un mensaje.

Por supuesto que no tardé ni medio segundo en incorporarme para leerlo.

VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora