Treinta y ocho - Alexander

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Esa noche había cenado con Nicolla y Samira, cómo continuaba en un plan de no hacer demasiado ruido en la empresa, la cena había sido en el restaurante del Hotel Río y Ezra, a quien puse al tanto de todo lo que sucedía de camino al hotel, me había acompañado para no llamar tanto la atención.

Las cosas no resultaron como esperaba, puesto que mantenía la esperanza que todo se tratara de un mal entendido, de un error humano, pero no. Samira nos había entregado informes que comprometían demasiado al gerente de seguridad informática, por lo que en ese momento tomé la decisión de removerlo de su puesto. El tipo deliberadamente había ocultado información ¿De quién? De mi querido primo Boris, estaba en algo y estaba seguro que no era algo bueno. Había conversaciones con algunos proveedores, pedidos de informes directamente a los laboratorios y manejo de información que no tendría que pasar por sus manos, pero que por algún motivo estaba interesado. No hay que ser un genio, Boris jugaba sucio y hubiera apostado mis dos pelotas afirmando que tenia que ver con las replicas que circulaban por el mercado negro.

─ Podríamos quitarle la información a golpes...─ comentó Ezra molesto.

─ No ─ dije con calma pensando la manera de encontrarlo con las manos en la masa ─ Es astuto, dejó de usar el correo de la empresa, tiene que estar comunicándose con esta gente de otra forma.

Era cierto, los correos eran de unos dos años atrás y habían dejado de enviarse tras unos pocos meses del inicio del intercambio.

─ Tampoco creo que se ensucie las manos yendo a los depósitos, porque sería tan fácil como hacerlo seguir ─ agregó Nicolla.

─ Él no, pero probablemente alguien de la empresa lo haga ─ dije pensativo.

─ ¿Van a despedir inmediatamente a Taylor? ─ preguntó Samira. La mire fijamente ─ Porque podríamos hacerlo seguir, estoy de acuerdo que no son estúpidos y que no volvieron a contactarse por el correo de la empresa, pero tienen que hacerlo de alguna forma, en persona o por medio de telefonía celular externa.

─ Podríamos enviar a que investiguen en su domicilio ─ Dijo Ezra como si tal cosa fuera el pan de cada dia.

─ Eso sería ilegal ─ intervino Nicolla.

─ Esto es ilegal ─ agregó Ezra con su dedo clavado en los informes.

─ Tranquilo, solo digo ─ se defendió ─ quiero más que nadie al señor Archer lejos de la empresa.

─ ¿Por qué? ─ pregunté y noté como la chica se incomodaba.

─ ¿Por qué Nicolla? ─ Insistió Ezra.

De pronto la mano de Samira se apoyó en el hombro de la chica y esta nos observó con los ojos brillantes por lo que parecían lágrimas.

─ Está acosándola hace meses ─ Respondió Samira, tal vez notando que Nicolla no era capaz de hacerlo sin llorar.

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