Veinte - Alexander

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La mañana siguiente me levanté de un humor extraño ¿Cuánto más se podía complicar mi vida? Sonreí al recordar que semanas antes pensaba que regresar a Chicago no podía ser tan malo. Que incrédulo.

Me levanté y sin desayunar me fui al gimnasio a entrenar, eso siempre me había ayudado a despejarme.

Para cuando terminé las piernas me temblaban y los músculos me quemaban, una sensación que me resultaba por demás placentera. Me metí en las duchas y mientras me bañaba hice una lista mental de todas las cosas que me faltaban solucionar para sentirme un poco más cómodo en la ciudad: Poner a punto los vehículos, no quería seguir usando los de mi padre o depender de su chofer, el tipo me caía bien, pero manejar me relajaba. Necesitaba buscar un lugar donde quedarme, tal vez algo más cerca de la oficina. La idea de vivir en el centro no me entusiasmaba, pero menos me gustaba la idea de seguir viviendo en casa de mis padres, por muy grande que fuera y por mucho que amara a mi familia, la idea de convivir con todos ellos me ponía nervioso. Mi madre era amorosa, pero hablaba tanto por las mañanas que me volvía loco y convivir con Carter, implicaba ver más seguido de lo soportable a Michelle.

Miré la hora en mi reloj y aún me quedaba una hora para desayunar, alistarme y salir hacía la oficina. Tomé mi teléfono y decidí mandar un mensaje que evité todo el fin de semana, necesitaba hablar con Daniel y hacerle algunas preguntas. No respondió, era demasiado temprano, pero sabía que pronto lo haría.

Salí del gimnasio con un poco de mejor humor y listo para comenzar mi día. Oficialmente mi nueva vida en Chicago había comenzado.

Llegué a Foley a horario, siempre solía ser muy puntual. Las recepcionistas de la planta baja me recibieron con una enorme sonrisa y algunas miradas curiosas, la mayoría no me conocían, pero estaba claro que mi forma de vestir no encajaba con la del resto de los empleados; pero me negaba a ser uno más en esa mar de tipos trajeados y con cara de "mi vida es una mierda".

─ Buenos días ─ Salude en general y varias personas me observaron como si no supieran quién rayos era, porque estaba tan alegre o porque vestía como lo hacía.

Subí al ascensor en cuanto las puertas se abrieron y observé mi cabello, peinado en un moño hacía atrás, alise mi barba y acomodé la camiseta blanca que se había arrugado un poco. Por encima llevaba una chaqueta verde militar, la de la suerte.

Me encamine hacía el despacho de mi padre, ahora mío, y observe a Nicolla muy concentrada en su computadora, tanto que no notó mi presencia frente a ella.

─ Buenos días ─ Dije divertido provocando que la chica diera un saltó en su silla.

─ Señor Murray ─ Murmuró conteniendo una risa.

─ Llámame Alex, por favor...─ la chica asintió y se puso de pie tomando una tableta en sus manos.

Sin perder demasiado tiempo, y fiel a su estilo profesional, Nicolla comenzó a hacerme comentarios mientras me enseñaba algunas cosas en su tableta o en el monitor de su computadora. Algunos empleados pasaban por nuestro lado y nos saludaban y finalmente una risa suave se escuchó a mi izquierda. Me volví ignorando lo que decía Nicolla y la vi; Venecia salía de la oficina de Ezra.

VeneciaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz