Treinta y cuatro - Venecia

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La mañana siguiente, muy temprano, recibí una llamada de Missy, asistente de Tom avisandome que Alexander había indicado que ese mismo día comenzaba en mi nuevo puesto en el laboratorio.

«Genial» pensé mientras sorbía mi té en la mesa de la cocina. Ni siquiera iba a poder ver la cocina terminada, ese había sido mi proyecto. Aunque nada me impedía subir a visitar a mi hermana durante la hora del almuerzo y echar un vistazo al sitio.

─ ¿Estás bien cariño? ─ la voz de mi padre interrumpió mis pensamientos y me obligué a sonreír.

No les había dicho nada del cambio de puesto, no quería ilusionarlos o, por el contrario, desilusionarlos si las cosas no funcionaban.

─ Si, solo un poco cansada.

─ ¿No vas a comer nada? ─ El tono de reproche de mi madre no me pasó por alto.

─ No tengo hambre, seguro coma alguna fruta más tarde...

─ Estás muy delgada ─ dijo mientras untaba una tostada con mermelada y la ponía frente a mi.

─ Deja a esa niña ─ comentó mi abuela, que nunca solía hablar demasiado.

─ ¿Qué nadie se da cuenta lo delgada que está?

─ ¿Y qué hay con eso? ─ pregunté molesta bajando mi taza haciendo que chocara con el plato.

Mi madre me miró abriendo demasiado los ojos, mi abuela frunció el entrecejo y mi padre se puso de pie saliendo de la cocina.

─ Hace unos meses estaba un poco gorda, debía alimentarme como Nico... ese fue tu consejo. Ahora estoy demasiado delgada ─ dije poniéndome de pie ─ Asúmelo mamma ¡Nunca seré tan delgada, guapa, inteligente y responsable como tu hermosa Nicolla! ─ grité saliendo de la cocina.

─ ¡Silvia Venecia Ricci! ─ me gritó desde su sitio.

─ ¡No Carmina! ─ le devolví el grito con el mismo nivel de intensidad ─ Estoy cansada de no ser suficiente para nadie ─ No pude evitar que la voz se quebrará ─ Se que no soy la mejor y estoy cansada que todo el tiempo me lo estén repitiendo.

De un portazo salí de casa mientras me cruzaba el bolso en los hombros. Me detuve cuando el auto de papá comenzó a seguirme a un lado de la calle. Se detuvo y abrió la puerta del acompañante.

Me subí y ninguno dijo nada en los primeros minutos de camino.

─ ¿Qué pasa? ─ preguntó él.

─ Estoy cansada...─ solté apoyando la cabeza en el asiento.

─ Nosotros no creemos que Nicolla sea mejor...

─ Tu no crees eso papá, no hables por Carmina...

─ Es tu madre ─ me reprendió, odiaba cuando la llamaba por su nombre.

VeneciaWhere stories live. Discover now