Treinta y dos - Alexander

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─ Clara te encargo a mis bebes

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─ Clara te encargo a mis bebes.

Mi madre abrazó a la mujer, que trabajaba con nosotros desde que tenía unos dos años, y está sonrió diciéndole algo al oído que no alcancé a escuchar.

─ Mamá ─ se quejó Carter ─ ya no somos niños.

─ ¿Y por qué le pides que te prepare la ropa antes de bañarte? ─ Lo cuestionó mi madre.

Miré a mi hermano sorprendido, seguía siendo un mimado. Tal vez Michelle estaba pronta a pagar algo de Karma cansándose con este idiota.

─ No me importa ─ dijo Clara acunando una mejilla de mi hermano que sonrió como un idiota.

─ Tranquila mamá ─ la abracé y besé ─ me encargaré de convertirlo en un hombre.

Minutos más tarde, luego de una emotiva despedida, mis padres subían al avión privado que los llevaría a Italia como primer destino de su nueva vida.

De regreso, dejamos a Clara en la casa y llevé a Carter a la oficina.

Mi hermano y yo éramos muy diferentes. Él disfrutaba de los lujos y comodidades que el apellido familiar le otorgaban y no le importaba ser una persona dependiente de esos privilegios. Yo, por el contrario, siempre fui independiente, no me gustaba sentirme atado a mandatos y si los elegía, quería estar seguro que eran por elección propia y no por sentirme presionado a ser algo que no quería.

Cuando estábamos en la universidad Carter tenía una habitación individual y una empleada acudía cada semana para limpiarla, también tenía un chofer disponible solo por si en algún momento se le ocurría salir del campus. A mi me encantaba la vida universitaria, compartir habitación -aunque debo admitir que había ocasiones en las que era sumamente asqueroso- ir a fiestas y organizar todo tipo de salidas con amigos.

Carter era del tipo que le encantaba cerrar la tienda de su marca favorita para poder hacer compras tranquilamente y yo siempre fui del tipo que iba a comprar lo que necesitaba y salía en cuestión de minutos. Práctico y sin complicaciones.

Mi hermano disfrutaba la fama, el llamar la atención y yo lo detestaba. Éramos diferentes en muchos aspectos menos en uno; éramos leales el uno con el otro hasta la muerte.

─ ¿Cómo van las cosas con Venecia? ─ preguntó colocándose las gafas de sol.

Me quedé pensando en que responder a eso, ni yo mismo lo sabía.

─ Rápido ─ dije finalmente.

─ ¿Eso es bueno?

─ Probablemente no, pero es lo que es...

─ A Michelle no le gusta.

Lo observé confundido.

─ ¿Desde cuando Michelle opina de mis parejas? Y ¿Desde cuándo a mi me importa lo que Michelle piense?

VeneciaWhere stories live. Discover now