Veintisiete - Venecia

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Llegué a casa y el olor de la cena inundó mis fosas nasales.

─ ¡Llegué! ─ grité mientras dejaba mi abrigo en el armario.

─ Venecia ¡Ven aquí! ─ gritó mi madre.

Entré a la cocina y me sorprendí ante la cantidad de comida que había en la mesa.

─ ¿Qué es todo esto? ¿Se casa alguien?

─ Ya quisiera ─ comentó mi madre sacando del horno una pequeña fuente con lo que parecen ser canelones ─ pero al parecer mis hijos se niegan a darme la satisfacción de verlos caminar al altar ─ soltó un repasado dejándolo caer en la mesa ─ Ni hablemos de tener hijos ¿te imaginas unos pequeños piecitos corriendo por la casa?

Puse los ojos en blanco, ese tema me daba urticaria y no estaba dispuesta a que nada arruinara mi maravilloso y ultra fantástico día.

─ ¿Tiramisú? ─ pregunté intentando pasar un dedo por la base.

─ ¡Ni se te ocurra! ─ mamma me dio un manotazo obligándome a remitir mis intenciones ─ Son para Alexander.

La miré extrañada, pero ella me ignoró.

─ ¿Todo esto? ─ pregunté observando la cantidad exagerada de comida.

─ No sabía lo que podía gustarle y le preparé porciones pequeñas de todo ─ Comentó como si fuera la cosa más normal del mundo ─ Tiramisú y cannoli siciliani, Canelones, focaccia y una pequeña lasaña.

─ Mamma no creo que...─ traté de buscar las palabras indicadas para no herirla, sabía que sus intenciones eran buenas ─ No creo que el señor Alexander sea el tipo de persona que valora estos detalles ¿Sabes?

─ Pavadas Venecia ¿Quién no disfruta de un buen plato de comida?

Me hizo mucha ilusión verla feliz por lo que sonreí y la besé en la mejilla.

─ Tienes toda la razón del mundo, seguro le encantara.

─ ¿Dónde vas? ─ preguntó cuando me vio salir de la cocina.

─ A cambiarme, quiero salir a correr un poco.

Mamma asintió y minutos después salí por la puerta de entrada con mi ropa para hacer ejercicio.

Nunca fui una chica de gimnasio, de hecho, los odiaba, todas esas maquinas que parecen mas bien aparatos de tortura no eran lo mío. Correr sí lo es, es más, hace algunos años corría con un grupo de personas y hasta me animaba a competir en maratones. Pero después preferí hacerlo en solitario, acompañada por mi música favorita, una de las millones de bandas de rock que conocí gracias a mi padre o mi hermano. Hoy toca comenzar con un gran clásico: Basket case de Green Day.

Estiré antes de comenzar un trote tranquilo, hay que avisarle al cuerpo que pronto comenzaremos a movernos. Pero al dar los primeros pasos de mi trote, mi idea de poder hacerlo en soledad se vió derribada por la proximidad de Donato, con un equipo de gimnasia acercándose a mi lado.

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