25.- Hasta siempre.

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Dylan quería hablar con ella, no podía decir cuanto lo deseaba, pero Cheslay se mantenía a raya, en todo el camino no había hablado con él, con Sander o con ninguno de los otros, incluso mantuvo a Sam fuera de sus pensamientos.

¿Cómo podía decir algo así de alarmante y luego permanecer en silencio? Ella parecía diferente.

Habían llegado a un hotel abandonado en las afueras de la ciudad. Desde donde estaban podían ver el fulgor de los detectores de la ciudadela. Las luces del lugar parpadeaban, diciéndole al mundo donde se encontraban.

Dylan miraba por la ventana con aire pensativo, mientras se frotaba la cicatriz sobre el estómago, aquel único rastro de aquella herida que Liv había curado. Olivia había sido valiente y fuerte, se merecía algo más que una muerte como esa, pero ella lo había decidido.

Ian y Sam estaban sobre la alfombra llena de tierra, no fueron capaces de llegar a una de las camas o sillones del lugar, ellos cayeron rendidos sobre la alfombra a causa de su agotamiento. Sam estaba de cara al suelo, sus ojos cerrados y sus hombros moviéndose en una rítmica respiración. Ian estaba acostado sobre su espalda, su pecho subiendo y bajando, la boca abierta y los ojos cerrados. Amanda había avanzado algunos pasos más, para poder recostarse sobre la cama, la cual levantó plastas de tierra y polvo por el movimiento, ella quería estar en la cama para evitar las ratas del suelo. Sander se había encerrado en el baño, él quería estar solo para lidiar con sus sentimientos. Dylan podía escuchar cómo rompía las cosas del interior, podía ver la energía que Sander evocaba por debajo de la puerta. Y Cheslay, ella estaba en la ventana del lado contrario de la habitación, la que daba a un grande balcón, observaba la ciudadela con aire pensativo. Se comportaba distante...

Contra su voluntad, Dylan apartó la mirada de ella y la centró en las montañas del otro lado de la ciudadela, justo por donde el sol comenzaba su aparición. Miró como las nubes comenzaban a reunirse en el horizonte, saltó desde donde estaba y cayó en cuclillas sobre el suelo. Tenía la garganta rasposa a causa de su larga carrera para escapar de los túneles, su piel estaba cubierta por capas y capas de tierra, sus compañeros tenían un aspecto similar, con los labios partidos y los ojos inyectados en sangre. Dylan estaba acostumbrado a viajar solo, de esa forma podría avanzar más rápido, pero ahora que había establecido lazos con estas personas, no podía simplemente abandonarlos.

—Despierta— susurró mientras movía ligeramente a Sam del hombro. Ella se removió y giró sobre sí misma para luego aplastar a Ian con su peso. Tanto ella como el chico abrieron los ojos al mismo tiempo, y al darse cuenta de la situación, saltaron en sentidos contrarios, el rojo de la vergüenza cubriendo sus rostros y orejas.

Cheslay, al captar movimiento se acercó a la habitación, llamó un par de veces a la puerta del baño, sin respuesta alguna. Ella miró a Dylan en busca de apoyo.

—Despierten a Amanda, luego busquen en el hotel algo de ropa, agua, comida. Cualquier cosa que nos sirva en el viaje al almacén. Sam va con Cheslay y Amanda con Ian. Nos vemos en la entrada del hotel, yo me hago cargo de Sander.

Los demás asintieron, como si el peso de las últimas horas volviera a sus hombros, mostrando la tristeza en sus ojos, los semblantes derrotados. Dylan esperó a que despertaran a Amanda y salieran para llamar un par de veces a la puerta. Sander ya tenía su tiempo de duelo, por eso se lo habían dado, él necesitaba de esto, pero ya era suficiente, no podía comportarse así por siempre, no era la primera ni la última persona en ver morir a sus amigos. Aunque quizá, la información sobre la Mente Maestra y él, no era algo que se pudiera asimilar tan fácil.

Dylan tomó una respiración profunda y abrió la puerta. El picaporte estaba roto, la luz parpadeaba sobre el techo, colgando de un par de cables de cobre, el espejo estaba hecho mil pedazos como si un puño se hubiese estrellado contra él, la tina estaba manchada con sangre, al igual que el suelo, los azulejos estaban rotos en diferentes puntos, deformando por completo el lugar de aseo, que ahora parecía el escenario de una película de terror.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora