28.- Juicios Erróneos.

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Samantha no sabía cuantos días llevaba el viaje, o quizá eran semanas. Si, parecían más semanas de las que pudiera contar. Los alimentos se reducían de una manera alarmante, pero por lo menos no habían sido atacados, por lo menos las armas se mantenían intactas, al igual que el botiquín de primeros auxilios, el cual solo utilizaban para limpiar la herida y cambiar el vendaje de Sander.

Sam suspiró, su aliento empañó la ventana. Habían quitado la música cuando las canciones se repetían una y otra vez y Cheslay se quejó de que arrancaría sus orejas si seguía escuchando lo mismo.

— ¿Ya llegamos?― preguntó Ian desde la parte de atrás.

—Igual que hace cinco minutos que preguntaste, no, aun no llegamos— contestó Dylan en tono huraño. Se le veía más cansado que a los demás, ya que era el que siempre estaba conduciendo.

—Tengo hambre— dijo Ian. Parecía querer hablar, ya que nadie más en el auto lo hacía, cada quien estaba perdido en sus pensamientos.

Cheslay frunció el ceño a la ventana, Amanda suspiró, Sam puso los ojos en blanco, y Sander... bueno, él estaba dormido, al parecer era su nuevo pasatiempo ya que siempre quería estar en el mundo de los sueños. Dylan apretó el volante entre sus manos, remarcando los nudillos con un tono blanco. Si Ian se seguía quejando, era muy seguro que el conductor detendría el auto y lo bajara a patadas, para después ponerle un bozal y subirlo de nuevo. Sam sonrió ligeramente ante esa imagen.

—No eres el único que tiene hambre— replicó Amanda.

—Sí, pero yo estoy en crecimiento—objetó el chico mientras se estiraba todo lo que sus extremidades le permitían. El movimiento hizo que una de las maletas cayera sobre Sander.

El chico rubio saltó sobre el sitio donde estaba, completamente asustado, lo despertó el movimiento. Su pecho subía y bajaba en una respiración agitada.

— ¿Qué demonios?― preguntó mirando en todas las direcciones.

—Lo siento— dijo Ian. Aunque no parecía sentirlo.

Sam bajó la vista al suelo, ella sabía lo que Sander soñaba, no se metía en sus sueños por respeto, pero sus pensamientos estaban siempre en ella, en Azul y eso era difícil de ignorar, era como si una persona se pusiera a gritar en el centro de una callada iglesia.

—Solo compórtate—pidió Amanda a Ian—. Llegaremos pronto si no estás fastidiando a cada segundo.

—Yo no fastidio, solo quiero hablar.

—Nadie tiene ganas de hablar— contestó ella.

—Bien ¿A quién fastidio más? ¿Al cazador, a la chica con personalidad múltiple, a la chica gato, al bello durmiente o a Sam? Yo estoy muy aburrido y...— se quedó callado ante la mirada fulminante que le dedicó Dylan a través del espejo retrovisor.

Ian miró a Sander en busca de apoyo, pero este ya estaba dormido de nuevo, con la capucha de la sudadera puesta sobre la cabeza, y la misma recargada sobre el cristal, su rostro completamente en sombras.

Samantha suspiró. Todos estaban cansados a causa del largo viaje. Las piernas de Sam se estaban quedando dormidas, sentía un ligero hormigueo en ellas y un gran hueco en la boca del estómago, tenía mucha hambre, Ian no era el único que la sienta, pero a diferencia de él, Sam no se quejaba en voz alta, tampoco los demás, que hacían lo posible por reprimir su enojo en estos momentos. El no comer provocaba mal humor.

— ¿Por qué no jugamos a algo?― propuso Ian.

— ¡Si, claro!― exclamó Dylan un tanto animado—. Veamos quien soporta más tiempo sin hablar.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora