4.- Familia:

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VELIKA.

—Mis amigos— dice mi padre con una gran sonrisa. Las orillas de sus ojos se arrugan y los mismos brillan. Parece feliz, pero hay un matiz de tristeza y añoranza detrás de todo eso, es esa culpa que siempre lo acompaña.

—Estabas muerto—. Cheslay es la primera en hablar. Ella da un paso al frente lentamente y se limpia las lágrimas de la cara con un gesto brusco.

—Les debo muchas explicaciones. Nunca tuve por seguro que llegarían a este lugar, pero el destino quiso que nos reencontráramos— habla con voz segura.

Dylan da dos pasos al frente con la mano extendida, como si quisiera tocarlo para saber que es real. Josué, uno de los hombres que acompaña a mi padre, da un paso al frente y se interpone. Dylan le dedica una mirada molesta pero no retrocede.

—Está todo bien ahora. En este lugar no hay enemigos—explica mi padre y pone una mano sobre el hombro de Josué para que se retire. El hombre le da un asentimiento, no es un intercambio entre hombres, es un soldado respondiendo las órdenes de su superior.

—Tu...— son las primeras palabras del uno, suenan inseguras y atropelladas―. Estabas muerto... ellos dijeron que habías muerto...

—Mintieron.

Dylan quiere alcanzarlo, pero parece aturdido, tanto que me doy cuenta de que los objetos alrededor que no están anclados al suelo comienzan a flotar. Suelto una carcajada de emoción y sorpresa, nunca he visto a un uno en acción, las cosas suceden muy rápido alrededor, las personas salen de su conmoción al ver la actividad de Dylan, escucho como varios le quitan los seguros a sus armas y acto seguido Day y Dom están apuntando al pupilo de mi padre, uno por cada lado.

Josué trata de poner la mano de nuevo sobre Dylan, pero este gira lentamente.

—No me toques— gruñe. Sus palabras son firmes en esta ocasión, es una amenaza latente.

No puedo lograr que la sonrisa se borre de mi rostro.

Ellos lucen acabados, esa palabra los describe a la perfección, del grupo que ha llegado, solo están Dylan, Cheslay y una chica de cabello corto, la cual no conozco, pero sus ropas están roídas, igual que la de los demás, no lleva zapatos, y sus pies lucen sucios y ampollados, tiene llagas en algunas partes de la cara y en las manos. Son quemaduras provocadas por el frio.

Los gemelos están preparados para enfrentarlo, cuando como por acto de magia, Cheslay enreda su mano con la del uno y él vuelve a la realidad, las cosas se enfrían en cuestión de segundos.

—Ya basta—ruge mi padre—. Creo que cada uno tiene actividades. Solo son nuevos. Déjenos solos—ordena con tal seguridad que nadie objeta nada, ni siquiera los gemelos.

Mi padre les da la espalda y hace una señal para que lo sigan, Josué va a su espalda, cuidando de él, era un hombre poco confiable, hasta que papá lo salvó de morir, desde entonces le es leal. Dylan y Cheslay caminan a la par, él parece inestable, enojado, ella es la viva imagen de la serenidad.

Avanzo detrás de ellos, con Haru pisándome los talones, ella no ha hablado, pero me doy cuenta de que le cuesta trabajo mantenerse despierta.

—Ve a dormir— digo con una sonrisa que no soy capaz de borrar—. Ya todo está bien.

—No, no lo está—dice con seguridad, aun así se marcha ¿Qué es lo que ha querido decir? Frunzo un poco el ceño y camino detrás de mi padre y sus pupilos.

Apresuro el paso para poder caminar a la par de los recién llegados, pero veo que mi padre me hace un par de señas, así que con un resoplido avanzo hacia donde esta él.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora