Contención.-

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Ella supo absolutamente todo y ni siquiera fue necesario que Jordán hablara.

Khoury simplemente extrajo el chip de información de él, dejándolo incapacitado por unas horas.

Me arrojaron en una celda. No sé cuánto tiempo llevo aquí, tengo hambre y frio. El doctor Farmigan trae comida de vez en cuando, ya no sé qué hacer para mantenerme cuerda en este encierro.

Atraigo mis piernas hacía mi pecho y las abrazo. Él estaba ahí. Está vivo. Recuerdo su rostro, su sonrisa y sus palabras. Recuerdo cada promesa y cada enseñanza.

Sander está vivo y él prometió encontrarme. Él siempre cumple sus promesas.

Escucho las bisagras de la puerta rechinar y me estremezco al ver a la mayor de pie en la entrada.

—Levántate—ordena.

Trago saliva y me pongo de pie con las piernas temblorosas. Ella coloca un par de esposas en mis muñecas, son aquellas que tienen pequeñas agujas en el aro para clavarse en mi piel. Duelen pero es algo a lo que me he acostumbrado. El dolor siempre ha sido un fiel acompañante, lo único que me mantiene despierta.

Avanzo por el pasillo detrás de ella y Jordán me sigue. Él parece más enojado que antes, me pregunto si es por lo que le hice a Jeremy o por haberlo atacado a él también en esa sede de cazadores.

Llegamos al laboratorio principal, el olor a antisépticos me recibe. La mayor me quita las esposas cuando la puerta se cierra a nuestras espaldas. Me regala una mirada molesta y aprieta los labios.

—El sujeto uno está listo para la inmersión—anuncia al doctor Farmigan, quien mueve un par de cosas en una computadora.

Veo el tanque vaciar su contenido verde, y el cristal abrirse. La base de metal está anclada al suelo. Trago saliva apartar la mirada.

Jordán me empuja al frente, pero mis piernas están tan débiles que tropiezo.

—No volverá a darnos problemas—dice Khoury y me levanta para lanzarme dentro del tanque.

Un fuerte golpe en mi cabeza me hace sentir mareada, veo que a mis pies está la máscara de oxígeno, aquella que me mantendrá viva dentro del tanque. Miro de nuevo a la mayor y antes de colocarme la máscara esbozo una ligera sonrisa.

—Mi nombre es Azul—digo con decisión y pongo el oxígeno sobre mi nariz y boca.

Ella no hace nada por ocultar la molestia en su rostro.

El cristal se cierra y el tanque comienza a llenarse. Primero se sumergen mis pies, pronto llega hasta la cadera y antes de que el somnífero comience a hacer efecto, envío un ligero pensamiento que espero me mantenga fuerte.

Voy a encontrarte. Es una promesa.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora