10.-Fantasías:

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Magnus vigilaba la entrada al edificio principal de aquel complejo, desde una esquina de la calle, oculto por la pared lateral de una tienda de flores. Así pasaría a la historia, como el sujeto enorme que se ocultó en una florería.

Resopló con fastidio, llevaba horas vigilando ese lugar. Esperando que su padre o el ministro de Croacia salieran, estaba completamente seguro de que los había visto entrar, llegaron en una limusina, riendo y hablando de cosas triviales, como si la siguiente misión fuera una cosa de niños.

Su estómago rugió, la verdad era que estaba hambriento y tenía algo de frío, pero si se movía unos centímetros para que el sol lo calentara, corría el riesgo de ser descubierto.

Un poco más, murmuraba para sí mismo, para mantener los ánimos y el coraje para enfrentar a su padre. Le costaba más el hecho de reunir esa valentía que saltar de un acantilado.

Y Magnus cortó sus pensamientos al captar movimiento en las puertas del lugar. Su padre estaba ahí, con el ceño fruncido y hablando algo que parecía sacarlo de sus casillas, ya que movía demasiado las manos y parecía estar gritando. Magnus avanzó dos pasos inconscientes hacía la escena, ya que los hombres que se encargaban de la vigilancia del ministro, habían cerrado la distancia, dejando a su padre sin espacio para actuar o escapar. De pronto, el ministro puso una mano sobre el hombro de su padre y él se relajó, asintiendo algo en acuerdo con el hombre. Juntos avanzaron hacía la limusina que acababa de aparcar frente al edificio.

Magnus pensó que era el momento, era ahora o nunca. Se estaba preparando para correr hacía quienes había estado vigilando la mayor parte de ese día, cuando sintió una mano tirar de la suya y devolverlo a las sombras de la tienda de flores. Si él hubiera estado preparado para eso, a la persona le habría costado todas sus fuerzas y aun así no hubiera podido moverlo, pero él se encontraba distraído en otras cosas, y se sentía muy cansado y hambriento.

— ¿Te has vuelto loco?— inquirió Eva mirándolo a los ojos sin soltar su mano.

— ¿Cómo me encontraste?— preguntó Magnus aturdido, mirando hacía el complejo, viendo como su padre se despedía del ministro.

—Camila tiene contactos y espías en todas partes ¿Tú cómo crees que...?— Eva no pudo terminar, pues Magnus le cubrió la boca con una mano.

— ¿Sabes qué? En realidad no me importa. No voy a fallar en esto por tu culpa. Ya me traicionaste una vez.

Magnus retiró la mano, reprimiendo un grito de dolor, Eva lo mordió. Lejos de sentirse enojado, el acto lo divirtió. Hacía mucho no sentía esa clase de diversión. Pero sacudió la cabeza, no tenía tiempo para eso.

—De acuerdo— dijo Eva cuando él se preparaba para correr—. Puedes irte ahora y que te arresten o puedes volver y ayudar a tus amigos.

Magnus se detuvo en seco. Una voz en su mente gritaba que su padre se estaba marchando en esa elegante limusina, pero a la parte dominante eso no parecía importarle. Se giró y tomó a Eva por los hombros, colocándola contra la pared de la florería.

— ¿Dónde están? ¿Qué hicieron con ellos?— preguntó, sintiéndose repentinamente enfadado.

Eva, lejos de parecer asustada por la reacción, estaba centrada y algo molesta. Ella giró un poco y con su codo golpeó los brazos de Magnus, haciendo que la soltara.

—Claro que está entrenada— murmuró Magnus para sí mismo.

Eva colocó los puños al frente y las piernas un poco separadas.

—Vuelve a hacer eso y vas a arrepentirte— espetó la joven.

Y fue entonces que Magnus se percató de algo. La ropa de Eva, justo de donde él la tocó, estaba quemada. Él dio dos pasos atrás y miró sus manos, de sus dedos se despedían pequeñas chispas. Su espalda chocó contra la pared y se dejó caer al suelo. Sus ojos muy abiertos sin dejar de mirar sus manos.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora