37.- Cuarentena:

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Dominique siempre se había considerado un fanático del silencio. Aún antes de perder el oído, antes de escuchar los pensamientos de otros. Sí, el silencio y la soledad le gustaban, pero ese lugar lo estaba volviendo loco.

La habitación en la que pasaba sus días, estaba separada de un lugar oscuro y vacío por un grueso cristal. Este tenía la función de dejar al equipo médico observarlo desde una posición segura. La puerta estaba sellada, al igual que el cristal de doble vista, y se necesitaba de la placa de algún líder para abrirla. Aunque Dom no pensara en escapar, le gustaba la idea de fantasear con ello.

El lugar dónde se encontraba era de color blanco, una ligera sabana sobre la cama, una barra que Velika había pedido que instalaran para que Dom pudiera continuar con sus entrenamientos y ejercicios. Un baño bien equipado y una televisión en la que veía películas y caricaturas. A veces las ultimas noticias de la ciudadela.

Y lo más importante de todo: El tubo de succión. Aquel por el que le enviaban alimentos. Aquel que utilizaban para enviar material de laboratorio para que Dominique pasara muestras de sangre a la doctora Brahim, por medio de ese tubo se hacía todo. El mentalista había llegado a pensar que era como un cordón umbilical.

Nadie había entrado a verlo, tampoco lo esperaba, es decir, era el único evolucionado que tuvo la suerte de contaminarse. Soltó una risa ante la ironía de la situación. Sus amigos no habían ido a verlo, tampoco su hermana Day. Estaba muy preocupado por ella, por el espectáculo que ofreció el día que lo pusieron en cuarentena.

Miró la pantalla de la televisión, veía las últimas noticias mientras hacía lagartijas, el sudor corría por su cuello, aunque no sabía si era por el ejercicio o por la fiebre.

Pensó en los atentados, en cuantas personas pudieron haber muerto ahí, también creyó que enviarían a su equipo para ayudar, y fue ahí donde se dio cuenta de que el mundo podía seguir funcionando sin él. Lo único que le preocupaba era Day.

Dominique se puso de pie, tambaleándose ligeramente, sintiendo como la habitación a su alrededor se movía, aunque todo seguía intacto, lo único que estaba mal, era él. Se sentó sobre la cama y miró de nuevo las noticias, lo primero que notó fue que el reportero respiraba fuerte, las respiraciones eran una cosa curiosa, podían decirte mucho de tus contrincantes. Una respiración forzada: Está asustado. Una regular: Le importas una mierda. Y una respiración controlada: Más te vale tener cuidado.

Aún recordaba cuando Lanhart se lo enseñó, y como Dom no podía escuchar, el general le dijo que se fijara en el movimiento del pecho. Eso fue lo mismo que Dominique trató de enseñarle a Ian, se preguntó si él lo aprendió o simplemente lo dejó pasar, como hacía con todo. Tal vez Day tenía razón, y el chico no valía la pena.

Se frotó la cara con ambas manos para quitar el sudor, al levantar la vista, vio a una persona del otro lado del cristal. Creyó que se trataba de una alucinación, no era la primera vez que experimentaba una.

―Yo...― La joven parecía incomoda con la situación―. Lamento mucho haber venido así... subí al deslizador de ella, y se dio cuenta hasta que estuvimos aquí, me dijo que me escondiera hasta que las cosas estuvieran en orden... No sabía qué hacer, pero el gobernante jamás me habría dado permiso de venir...

Dominique le indicó con un gesto de la mano que callara. La joven cerró la boca.

―Habla más despacio, por favor―. El gemelo tragó saliva―. Me cuesta leerte.

Dayana soltó el aire. Dom se dio cuenta de ello, estaba asustada. La joven sostenía algo fuertemente entre sus manos, con lo que jugaba de una manera nerviosa. Dominique sintió la sonrisa tirar de sus labios. Era su gárgola, la que había olvidado en el palacio.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora